En educación, en el pecado va la penitencia. (Dicho popular)
Mi modesta aportación al concienzudo estudio que están realizando los señores asesores del Ministerio, es de gratitud y reconocimiento a la Comisión de Coordinación Pedagógica de este Centro. La caída de la tasa de natalidad, y la competencia (cuando éramos ricos ese Ministerio construyó un instituto en cada barrio), habían arrumbado la matricula de este Instituto de Educación Secundaria. Corrían peligro los puestos de trabajo de interinos y contratados, y se daba por seguro el desplazamiento de varios funcionarios de carrera, entiéndase propietarios definitivos, a otros centros de la provincia. Ante la gravedad de los hechos la Comisión de Coordinación Pedagógica, presidida por el señor Director y reunida en sesión plenaria con carácter extraordinario, no se anduvo con paños calientes, tomó cartas en el asunto y estableció las medidas oportunas para corregir la debacle que predecían los agoreros.
En esta histórica reunión celebrada el año pasado, estos valientes pedagogos acordaron, a propuesta del Jefe del Departamento de Economía, regalar una moto de trial o de cross (a elegir) a todos los alumnos mayores de dieciséis años que se matriculasen en nuestro Instituto. A los que no alcanzasen esa edad se les entregaría una bicicleta. La aprobación de la propuesta generó un encendido debate. Al frente de los detractores estuvo el Jefe del Departamento de Filosofía, siempre están los mismos en contra del progreso, argumentando que no alcanzaba a adivinar de donde sacaría el Centro el dinero necesario para la compra de las motos y de las bicicletas.
-Señores ?apuntó solemne el secretario con la celeridad que requería el momento-, haremos lo que debamos, aunque debamos lo que hagamos.
El aplauso a tan acertado criterio fue atronador.
-Acabaremos en los papeles? ?insistió terco el Jefe del Departamento de Filosofía.
-¿Alguien ha visto a algún instituto en la cárcel? ?le interrumpió el Director.
Nueva ovación dirigida al susodicho mandamás que, viéndose ya inspector, o más, sacó de la cartera unos papeles, reclamó silenció y los leyó con voz firme y fuerte:
-Aquí tengo un plan de financiación de la Caja de Ahorros de nuestra ciudad, en el que los banqueros se comprometen a poner el dinero que haga falta para sacar adelante esta novedosa iniciativa.
La moción del profesor ecónomo se aprobó con la práctica unanimidad de todos los Jefes de Departamento. Sólo hubo que reseñar la sombra de la esperada abstención del filósofo. Y en la matriculación del mes de septiembre de este curso se puso en práctica la revolucionaria medida. El éxito no había tenido precedentes en la historia de esta ciudad e incluso del país. Hubo tal avalancha de demandas que tuvimos que establecer un riguroso baremo de admisión y denegar la matrícula a varios miles de alumnos que querían venir a formarse con nosotros.
Sin embargo, un problema ha venido a oscurecer estos felices resultados. Las madres y padres de nuestros alumnos han protestado alegando que a ellos no les hemos dado cosa alguna. Los miembros de la Comisión de Coordinación Pedagógica, que como ya les he contado antes han demostrado sobradamente su valía e inteligencia, se reunieron en sesión extraordinaria en octubre y les ofertaron una cartilla con puntos para canjear por sartenes, cazuelas y otros útiles para el hogar, pero los padres se negaron; en la siguiente reunión les ofrecieron una tómbola de las que tienen premio seguro, que también rechazaron; las últimas ofertas han sido una rifa y un viaje en globo (se ofrecieron como pilotos suicidas los profesores de Tecnología), ofertas que los padres también declinaron respetuosamente.
El problema era grave porque había que dar una satisfacción a los afiliados a la AMPA, miembros destacados de esta comunidad educativa. Todos los profesores del centro estábamos con el alma en vilo esperando que nuestros jefes de departamento, reunidos a puerta cerrada en la citada Comisión, encontrasen una salida. No nos defraudaron. La semana pasada aprobaron otra medida, de nuevo a propuesta del Jefe del Departamento de Economía, que las madres y padres por fin han aceptado. Algunos profesores-padres que tenemos infiltrados en la AMPA, nos han contado que en la asamblea en la que los padres dieron su consentimiento hubo un entusiasmo digno de mejores causas.
Los comisionados pedagógicos les habían propuesto que en la próximas fiestas del Instituto, pondríamos una caseta de feria en la que varios profesores (se establecerá un turno riguroso) asomaremos la cabeza por entre unos cortinajes o tablas, este extremo se determinará en su día, y los padres que lo deseen podrán tirarnos tartas de chocolate a la cara.
Al conocer la propuesta hubo revuelo en la Sala de Profesores.
-¿Quién pagará las tartas? ?nos preguntábamos espantados los claustrales.
El Director, para sosegar el creciente malestar, colocó un cartel en el tablón de anuncios donde se nos comunicó que los padres se habían ofrecido a traer los dulces arrojadizos de sus casas.
El desasosiego aumentó.
-¡Qué los padres comprarán las tartas! ?exclamaron indignados mis compañeros-. ¡De ninguna manera!
-¿Por qué? ?pregunté yo.
-Porque algunos meterán chinarros entre el chocolate y acabaremos señalados ?me explicaron.
-O nos las tiran con el molde ?se oyó decir a una voz anónima.
-Pues que compre el Instituto el chocolate ?razoné yo.
-No ?me replicaron-, que como estamos arruinados se tirarán a lo más barato y hay chocolates como barro.
-Sí ? dijo otro. Es preferible que lo traigamos nosotros.
En este punto es donde nos hemos atascado. Unos queremos que el chocolate lo pague el Instituto y otros prefieren traerlo de sus casas para estar seguros de la textura y suavidad del producto. No sé si nos pondremos de acuerdo. Lo veo difícil.