OPINIóN
Actualizado 03/05/2014
Eusebio Gómez

Para los apóstoles, la certeza de la resurrección se expresa en la fe vivida. Para nosotros, la resurrección tiene que ser una experiencia de que Cristo actúa en nuestra vida. «Tomás, uno del grupo de los doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando se les apareció Jesús. Le dijeron pues los otros discípulos: Hemos visto al Señor» (Jn 20,24); pero él necesitaba no solo ver, sino palpar y tocar.

El Señor resucitado camina con nosotros, está en medio de nosotros (Jn 20,19-29).

«Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18,19). Jesús está en medio donde dos o tres están reunidos en su nombre y estará hasta el fin del mundo.

Pedro es un cobarde antes de la experiencia del Resucitado, pero después es un testigo valiente. Niega a Jesús, pero luego proclama ante todos que a Jesús de Nazaret lo mataron colgándolo de un madero, pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Desde entonces nadie podrá hacer callar a Pedro y seguirá diciendo que Dios ha nombrado a Jesús juez de vivos y muertos. Los que creen en él reciben, por su nombre, el perdón de los pecados.

Juan fue testigo de la resurrección: «Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó» (Jn 20,8). Hasta la resurrección muchos no habían aún entendido la Escritura que dice que él había de resucitar de entre los muertos (Jn 20,9).

Pablo propone un programa muy dinámico y exigente: «Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba [...] aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra» (Col 3,1). Vivir según la Pascua exige buscar lo de arriba, sin perezas, sin cobardías ni medias tintas y vivir en alegría. La resurrección de Cristo es anticipación de la resurrección de los muertos, él es el primogénito de los resucitados (Col 1,18). La resurrección es importante para nuestra vida, abre nuevos caminos y horizontes, proporciona fe en Dios y en el ser humano. Cuando Dios no interesa, nos olvidamos del ser humano, cuando Dios es solamente una idea, el hombre se convierte en un objeto. Heidegger señaló que el mal de nuestra civilización es «el olvido del ser», para caer en el dominio de las cosas.

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