OPINIóN
Actualizado 02/05/2014
Marta Ferreira

Recordaré aquella tarde toda mi vida. Silenciada hasta hoy en mi memoria,  me viene a la cabeza la primera hora de clase de aquel milagroso 19 de octubre de 1993, tenía once años y un miedo inmenso, entré en clase, de ciencias naturales, y la profesora, una monja y una mujer extraordinaria que hace ya muchos años falleció, Pilar, inició la mañana de un modo distinto, nos pidió que rezáramos, sí, que rezáramos por mi madre, a la que iban a someter a una operación muy delicada (un tumor en la cabeza), para que todo saliera bien. Rezaron mis compañeros por ella, yo no recé porque sólo podía llorar y cómo lloré. Se acercó a mí  Pilar, me acarició la cara, después me cogió las manos y como si fuera hoy, lo recuerdo igual,  me dijo que no me preocupase, que todo iba a salir bien.

A Dios gracias así fue, mi madre, la mía y la de mis hermanos, regresó a casa, desde Barcelona, y jamás olvidaré aquel día y las ganas que teníamos de verla (nos habían dicho que todo había salido bien pero hasta que no la vimos, hasta el instante en que llegó,  no fuimos de nuevo felices). Siempre me he sentido afortunada: aquel día, a su regreso, nuestras vidas y la suya seguirían su curso y la tendríamos  con nosotros, para discutir, para razonar, para charlar? para vivir junto a ella.

Yo no soy madre y quién sabe si lo seré, pero lo que sí sé es que he tenido la fortuna de tener como madre a una mujer extraordinaria, fuerte, valiente, generosa, de la que mis hermanos y yo estamos más que orgullosos. Ser madre debe ser complicado y hacerlo bien  una tarea más que difícil y yo admiro profundamente esa figura, la de la madre que todo lo da, la de ese amor incondicional que definirá, en buena medida, nuestras personalidades, y las admiro.

Dos mujeres han marcado mi vida, lo tengo clarísimo, mi madre y mi abuela Angelines, otra madre, la de mi padre en este caso. Fue una mujer también fuerte y valiente, una mujer de recursos y de palabra, una señora de los pies a la cabeza, una madre apasionada y la mejor abuela del mundo. De ella no se me olvida nada aunque hayan pasado años ya desde su ausencia, hasta su voz recuerdo y su olor, y la sigo sintiendo en cada acontecimiento importante de mi vida porque para mí  mi abuela y para mi padre su madre siempre está a nuestro lado.

Antes de entrar en la que sería la última operación de su vida, y en una conversación personal en que mi padre le dijo que la quería ella le contestó: y yo te adoro. Decimos poco lo que sentimos y lo dejamos para cuando creemos que es el momento, pero el momento es siempre, cuando la soledad no tiene hueco  porque ella nunca te abandona, ni siquiera tras la muerte.

En madre te conviertes,  lo eres toda la vida, y  lo seguirás siendo también cuando no estés,  lo serás en el recuerdo de las vidas que has creado y en las que tu  huella será imborrable.

Feliz día de la madre a todas las madres del mundo, especialmente a la mía, porque sin ti nada habría sido como es y tu ausencia nos hubiese vuelto oscuridad lo que tú riegas de colores cada día.

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