OPINIóN
Actualizado 29/04/2014
Cipriano Pablos

El papa Francisco acaba de canonizar a dos de los Papas más significativos de la segunda mitad del Siglo XX.  Juan XXIII, el Papa bueno, el Papa que les subió el sueldo a los portadores de la Silla Gestatoria porque él pesaba más que sus predecesores, el mismo que, paseando por el Trastevere a los pocos días de su elección, oyó cómo una mujer decía: ¡qué gordo es! Y se volvió para decirle, con una sonrisa : "Señora, el cónclave no es un concurso de belleza."

Pero fue un Papa decisivo, valiente, que se enfrentó con mucha mano izquierda a una curia retrógrada, donde el Cardenal Ottaviani (papa frustrado) lo consideraba un papa de transición y que sería efímero. Convocó el Concilio Vaticano II con la oposición de la mayoría y sentó unas bases imprescindibles para el devenir de la Iglesia. Después no se han seguido sus enseñanzas como hubiera sido necesario, pero Juan XXIII demostró ser un pionero de la apertura de la iglesia y que tras aquella apariencia de "gordito bonachón" había todo un carácter y un hombre decidido y nada efímero. Su ejemplo ha cautivado a muchos y el papa Francisco tuvo en mente llamarse Juan XXIV, cambiando en última instancia por el consejo de un cardenal amigo que le sugirió lo de Francisco.

Juan Pablo II, el Papa viajero, ha calado más hondo, como personaje, por esos 104 viajes que realizó por el mundo y que  nos dio  la oportunidad de verlo tan de cerca. Ha sido un Papa más mediático y por la dura experiencia personal vivida en su Polonia natal a consecuencia del régimen comunista, tuvo una gran "influencia política" en la caída del comunismo en los países del este. No seré yo quien discuta sus méritos para la santidad. Pero siempre le pondré en el debe la poco o nula firmeza que tuvo en poner orden en el IOR (banco vaticano), cesar fulminantemente al cardenal Villot y al obispo Marcinkus, por sus tropelías y oscurantismo en las finanzas de la Iglesia y por su más que dudosa actuación y comportamiento en la muerte de Juan Pablo I, el otro grandísimo Papa, por más que fuera breve.

Tampoco anduvo muy fino  con los temas de la pederastia en la Iglesia y concretamente, con el fundador de los Legionarios de Cristo. 

Pero nada que objetar a su canonización. Me llama la atención que el milagro exigido para canonizar a Juan XXIII y los dos exigidos para lo mismo a Juan Pablo II hayan tenido como sujetos pacientes a tres religiosas. Pensemos que las religiosas se encomiendan más a aquellos en quienes tienen fe. 

Otro día contaré, hablando de estos temas, cómo y por qué tengo un tío ya beato y camino de los altares.

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