La primavera está sobrevalorada, es un mito, una cortina de humo. Sí, de acuerdo, los días son más largos, a veces se puede ir en manga corta y hasta los campos salpicados de flores invitan a la alegría, al amor y tal. Los poetas celebran con versos la luz, el agua y la vida que explotan en primavera. Ni caso. Es pura estrategia. Un plan de la Naturaleza -con la complicidad de estos vates y otros seres del mundo desapegados- para que no caigamos en la cuenta, para mantenernos envueltos en pura ilusión, en una eterna leyenda, en esa mentira atroz adornada de resurrecciones, margaritas, tardes luminosas y escotes de piel tersa. Pero no.
La primavera es una mierda. Faringitis, fiebre del heno, amigdalitis, varicela, sinusitis, rinitis alérgica, asma o conjuntivitis. Enfermedades respiratorias, de la piel y digestivas.
El polen se concentra y forma bolas como bombas que explotan en los ojos llorosos de los alérgicos. La onda expansiva de las gramíneas restalla en el eco de los estornudos encadenados procedentes de narices coloradas, hinchadas, irritadas.
Al sol hace calor, a la sombra hace frío. No sabes si lloverá a mares, si un viento enfurecido te tirará de la moto, si el sol te achicharrará los sesos o si se te congelarán los dedos.
Las toses y los mocos de los catarros se resisten a los remedios caseros mientras el médico de cabecera tiene dolor de muñeca de tanto firmar recetas para el paracetamol. Pican las gargantas, los pechos se resienten, las cabezas se vuelven locas entre migrañas, jaquecas y otros males primaverales de la testa que afectan al corazón.
Llegan las astenias. Repuntan las depresiones. A los profesionales de las enfermedades invisibles les sobran pacientes y les falta agenda. Hasta un 15 por ciento aumentan las consultas de enfermedades mentales.
"Oh primavera adorada inspiradora de amores, oh primavera idolatrada, sublime estación de las flores". Una mierda, insisto.