OPINIóN
Actualizado 27/04/2014
Eusebio Gómez

Cuenta Martín Descalzo que el pastor anglicano Douglas Walstall visitó en cierta ocasión al papa Juan XXIII y esperaba mantener con él una "profunda" conversación ecuménica. Pero se encontró con que el pontífice de lo que tenía ganas era simplemente de "charlar" y a los pocos minutos, le confesó que allí, en el Vaticano, "se aburría un poco", sobre todo por las tardes. Las mañanas se las llenaban las audiencias. Pero muchas tardes no sabía muy bien qué hacer. "Allá en Venecia ? confesaba el papa ? siempre tenía bastantes cosas pendientes o me iba a pasear. Aquí, la mayoría de los asuntos ya me los traen resueltos los cardenales y yo sólo tengo que firmar. Y en cuanto a pasear, casi no me dejan. O tengo que salir con todo un cortejo que pone en vilo a toda la ciudad. ¿Sabe entonces lo que hago? Tomo estos prismáticos ? señaló a los que tenía sobre la mesa ? y me pongo a ver desde la ventana, una por una, las cúpulas de las iglesias de Roma. Pienso que alrededor de cada iglesia hay gente que es feliz y otra que sufre; ancianos solos y parejas de jóvenes alegres. También gente amargada o pisoteada. Entonces me pongo a pensar en ellos y pido a Dios que bendiga su felicidad o consuele su dolor"

   El pastor Walstall salió seguro de haber recibido la mejor lección ecuménica imaginable, porque acababa de descubrir lo que es una vida dedicada al amor.

José L. Martín Descalzo

 

   Le resultaba fácil a Juan XXIII mirar con los prismáticos y acercarse a todos, porque poseía un gran amor.

   El amor acerca a las personas y suprime todo tipo de barreras, lenguas, razas. La visión, para que sea verdadera, tiene que estar conectada con el corazón para poder enfocar bien. El desenfoque puede venir por la distancia. Dios está demasiado lejos y no le vemos, y el hermano está demasiado cerca y lo vemos demasiado. Como quiera, siempre  habrá disculpas.

   Nos acerca a los otros el corazón, el tener la misericordia del Padre muy dentro de nosotros, ya que todos somos hijos de Dios (Jn 4.7) y por lo tanto debemos ser hermanos. Juan XXIII era todo misericordia. Comprendía el noventa por ciento de las flaquezas de los humanos. Lo que no tenía disculpa a simple vista, se lo dejaba a Dios. Todo lo hacía desde el amor y con amor. Si hablaba, gritaba, miraba y abría la puerta de la Iglesia para los que se sentían extraños, era por su gran bondad y mansedumbre. Pasó haciendo el bien sobre la tierra, sin mirar a quién, sin tener en cuenta ideologías ni creencias. Para los de cerca y para los de lejos fue un padre: El Papa bueno. "El alma enamorada es alma blanda, mansa, humilde y paciente." (Dichos de Luz y Amor, 33). Estas palabras de San Juan de la Cruz, se pueden aplicar muy bien al alma de nuestro Papa. Como era humilde, supo fijarse en los que sufrían de soledad. Como era paciente, sabía vivir el momento presente, dejando para su turno lo que tocase. Como era manso, a su lado brotaba la felicidad. Como era blando y dulce, como su enorme humanidad, en él chocaban todas las iras y los planes de los soberbios.

   Al papa Juan, le resolvían los problemas los cardenales y Dios. El sólo se preocupaba de ser cercano a todos para poder, simplemente, amar. Y,  precisamente, porque amaba de verdad, con todo el corazón y el alma, porque pasó haciendo el bien y sembrando bondad, el papa Bueno es un santo más de la Iglesia Católica. 

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