OPINIóN
Actualizado 23/04/2014
Manuel Alcántara

Las universidades gozan históricamente de privilegios algunos de los cuales han sido convalidados por las sociedades en que se hallan insertas a través de procedimientos legítimos que resultan de la voluntad popular. Estas instituciones de educación superior están dotadas de la capacidad de investir a las personas con una determinada titulación que la sociedad valida utilitariamente de muy diferentes maneras. Esta prerrogativa en la investidura es un arcano valorado que continua plenamente válido a pesar de la agobiante mercantilización de nuestras vidas.

 

Dentro de la tradición, la investidura de un doctorado honoris causa es un vestigio muy especial de la capacidad privilegiada que guarda el mundo universitario. Con ella, y sin tener que seguir un plan de estudios prefijado, se reconocen capacidades o quehaceres relevantes de individuos cuya trayectoria impecable ha contribuido a la mejora del mundo en que vivimos. Este aporte puede darse en escenarios muy diferentes que transcurren por la ciencia, las humanidades y el arte pasando por el activismo comprometido que marca la vida social, la economía y la política.

 

La Universidad de Salamanca otorga coincidiendo con el día de las letras españolas y la conmemoración de Villalar un doctorado honoris causa a quien fue ocho años presidente de Brasil. Un obrero metalúrgico que desde el mundo sindical desempeñó un papel decisivo en la puesta en marcha de un movimiento político, el Partido de los Trabajadores, y que ha contribuido notablemente a la democratización, desarrollo y modernización del país, pero también a la disminución de la desigualdad que hace de Brasil uno de los más inequitativos del mundo. Luiz Inácio da Silva, mundialmente conocido como Lula, un hombre con apenas estudios primarios merece esta investidura y es nuestra Universidad quien resulta prestigiada por tenerle en su elenco de doctores.

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