OPINIóN
Actualizado 22/04/2014
Charo Alonso

No me pregunten qué he hecho estas vacaciones. Aún no han terminado y yo me estoy preguntando si los muertos son de un autobús, de un ferry, de un avión o de una carretera española, esa que está mal mantenida. Y ni qué decir tiene si me detengo a contemplar Ucrania, ese país que nadie recordaba dónde estaba hasta que a Putin le dio por volver a plantearse los límites de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Antes la geografía era más sencilla, Rusia era un mazacote inmenso ahí por los Urales y no había que estudiarse a Estonia, Lituania y otro montón de rincones ignotos resultado de malas divisiones y peores herencias.

    Yo ya saben mis queridos lectores que me la vivo conectada a un teletipo, pero claro, cuando la casa se llena de gente y hay que atender al personal, uno pierde un poco el hilo de la cosa y no sabe si Gabo murió o se plano se fue a Macondo, si es el día de la patria vasca o de los ocho apellidos catalanes, si el Barça pasa a la categoría de Plata o es Alonso quien se sube a una moto. Entre tanto jaleo es complicado seguir el paso de la Semana Santa y llegar a la conclusión de que esta ciudad está petada de gente, lo cual no tiene más inconveniente que tardar un poco más en llegar a los sitios y confiar en que el impacto económico nos salve un poco de tanto cierre. Lo digo porque hoy casi me salgo de una rotonda a las ocho de la mañana ?hay que repartir a los que se van- viendo como una de mis tiendas favoritas echa el cierre. Maldita palabra.

    Lo dicho, uno se queda con la torrija monumental de las procesiones que se solapan, que se esperan como si hubiera un semáforo bendito mientras los niños se dedican a comer gominolas que sacan de la túnica como si tal cosa. Si algo me ha emocionado estos días es la cantidad de pequeños nazarenos tan felices que se dedican a disfrutar de las procesiones mientras a su alrededor todo es luto y desolación. La carraca y la matraca es cosa de mayores, ellos, por si acaso, hacen a un lado la vela, la cruz y hasta el candil y se ponen a comer chuches cuando les mandan parar. Y es que no hay que ser tan rigurosos, y vendrá la vida a enseñarles las inclemencias de la existencia, mientras, a disfrutar del juego y a preguntarse por qué se nos han pasado tan rápido estos días de sol.

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