OPINIóN
Actualizado 22/04/2014
Luis Gutiérrez Barrio

Toda su vida, desde su lejana juventud hasta los últimos días de su decrépita vejez,  pasaba por su mente a una velocidad escalofriante  -  Es lo  mejor, ya no soy más que un estorbo para mi familia, no puedo permitir ser una carga para mis hijos cuando tanto les cuesta llevar la suya - pensaba mientras veía, como a su lado, volaban plácidamente unas palomas ajenas a la tragedia.

Sus fuerzas le habían abandonado y vivía, o mejor dicho, pasaba los días, atado a una silla de ruedas. Veía cómo su yerno se desesperaba cada día más y más. Hacía varios meses que estaba en el paro y sin ninguna luz esperanzadora que le animara a buscar trabajo, los recursos económicos de la familia disminuían a pasos agigantados, en pocos meses faltaría dinero incluso para la comida, el piso no estaban seguros de poderlo mantener, el desahucio amenazaba. Su hija se desesperaba por tratar de atenderle, sin permitirse un tiempo para un mínimo descanso, iba y venía de un lugar a otro para repartir sus esfuerzos entre él, las labores de casa, atender un precario trabajo de limpieza en una comunidad de vecinos  y atender a su nieto. De repente, vio con plena  nitidez la infantil imagen del rostro sonriente de su nieto y rompió a llorar. Pensar que nunca más volvería a verle, que no podría disfrutar de esos soñados paseos cogidos de la mano, contándole sus hazañas de juventud, era, dentro de todo aquel dolor, lo que más le dolía. Ya no estaría a su lado cuando le necesitara. ? Aunque, pensándolo bien, ¿para qué iba a necesitar a un viejo como yo? - trató de consolarse.

La decisión estaba tomada, ya no había marcha atrás, era lo mejor para todos.  - Al principio les costará hacerse a la idea, pero enseguida volverán a rehacer sus vidas y sólo seré un recuerdo en las sobremesas familiares. Recuerdo, que pasado un tiempo, también desaparecerá y ni siquiera mi nieto, por el que ahora siento este gran pesar, por el que derramo estas últimas lágrimas de dolor, se acordará de mí.

De repente, un terrible sonido retumbó en su cabeza, la oscuridad más absoluta se apoderó de él.

Apenas alcanzaba a oír unas voces lejanas, de gente, que sin duda, se arremolinaba a su alrededor. - Debe haber caído del séptimo ? sentenciaba una mujer. - Pobre hombre -.

Fue lo último que escuchó.

 

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