Entre los numerosos errores, mitos y falacias históricas que inducen o justifican buena parte de los comportamientos colectivos, asistimos estos días a la extravagante exaltación de unos egoístas, los Comuneros, que se nos presentan nada menos que como guía moral de una región (antes, dos reinos).
La profundización en los documentos históricos avala cada día más la hipótesis de que el enfrentamiento de las Comunidades se debió en realidad a la oposición de las élites de Castilla a dos medidas de Carlos V que debilitaban sus privilegios: la imposición de impuestos a los nobles y el no contar con ellos para cargos influyentes, cargos que el emperador concedía a extranjeros que le acompañaban desde Flandes.
Unamuno achacaba a los enfrentamientos políticos del siglo diecinueve el que la historia se enturbiara hasta el punto de "ver en estos nobles turbulentos y sus secuaces a los precursores de los liberales y demócratas de hoy, y en el emperador, que acaso era el verdadero demócrata, una especie de tirano que iba a ahogar libertades populares". El filósofo y escritor vasco dejó dicho que así es la historia que se ha hecho siempre en España bajo la preocupación de las luchas políticas del momento: "una traducción, las más de las veces infiel, del pasado al presente del historiador".
La conmemoración de la derrota de Villalar no parece que sirva de advertencia para evitar que la historia se repita. Al contrario, de los discursos del gallinero político, sindicalista, ciudadano y erudito a sueldo, cabe deducir que lo que mola es seguir la corriente a ciertos privilegiados (nótese que suelen ser ellos mismos), so pretexto de que se oponen al poder. Ese mismo poder del que proceden sus privilegios.