OPINIóN
Actualizado 21/04/2014
Jesús Garrote

Empezamos una época muy importante para los católicos, se habla de muerte y resurrección y es la esencia del Cristianismo, el mayor mensaje de esperanza que se puede dar al superar la muerte.

Independientemente de la confesión de cada uno, en España es algo transcendente, sólo nombrar Zamora, Salamanca  o Sevilla entre muchas otras ciudades y pueblos españoles  asociamos las procesiones de Semana Santa.

En nuestra educación aconfesional sí trabajamos la dimensión espiritual de los chicos por propia pirámide psicológica de Maxlow. Educativa y terapéuticamente atendemos la dimensión conductual, cognitiva y afectiva, pero también tenemos una capilla- mezquita donde transcendemos del día a día y nos relajamos con el yoga y la música y se busca el sentido religioso que a cada uno le sirve, o simplemente conectamos con lo más interior de nosotros mismos. Es un espacio místico que permite elevar y liberar a los chicos y  mayores su emoción ecuménicamente.

El permitir rezar, pensar, leer una sura, recitar una poesía, cantar, disfrutar de la música y dependiendo quién recordar a sus muertos o celebrar algún Sacramento permite una paz interior especial.

Estamos en una sociedad que muchas veces reniega de lo propio o lo maltrata, es muy interesante la mezcla de culturas y me agradan las filosofías orientales y su sentido de la transcendencia al amparo de la Naturaleza. Pero que eso se convierta en una moda aceptable y se desprecie y se insulte la religiosidad, pasión, arte  y devoción que nos han dejado en herencia nuestros antepasados no me parece justo y tampoco inteligente porque debe haber libertad de creencias y respeto a la intimidad de cada cuál.

Me parece reduccionista fijarse sólo en lo negativo de las religiones, todas ellas han tenido errores injustificables a lo largo de la historia y también actualmente, los fundamentalismos son lacras sociales, pero también la dependencia del consumo, la corrupción política y las nefastas políticas educativas, pero eso no nos lleva a prescindir de la educación.

La dimensión espiritual de los jóvenes les permite volar hacia metas más altas que el simple materialismo, les permite otras formas de relación con sus semejantes, les amplia su concepto del mundo y del más allá.

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