Escribiendo esta columna me hallo, mientras escucho con pasión La Saeta de Antonio Machado interpretada magistralmente por Juan Manuel Serrat. Una canción que, a creyentes y no creyentes gusta y evoca a cada uno lo suyo.
Esta semana pasada, como si se hubiera jugado una final de fútbol, las personas comentaban cómo iba su virgen, cómo llevaban, levantaban o bailaban su Cristo? desde lo más profundo gritaban: "¿Quién me presta una escalera para subir al madero?"
Más y menos, a cada cual con su cruz, hemos vivido esta semana una Pasión desde el corazón. Quizá sea por el buen tiempo o quizá sea porque necesitábamos encomendarnos a algo más grande que nosotros mismos (exista o no).
He visto cómo personas lloraban al paso del Paso. He visto murmurar a paganos reconocidos cuando, delante de su faz, se detenía la Virgen de la Esperanza, disimulando sus gestos por no perder la reputación de poco creyente.
Esta semana pasada, Semana Santa, he recordado con más fuerza los pasos y caídas, los latigazos y el peso de la cruz de un hombre del pasado que, siendo uno de nosotros, pensó que pensar debía en hacerlo por nosotros, simplemente por amor.
Me gusta saber que ha habido personas que han aprovechado esta Semana Santa para descansar o viajar, pero me enorgullezco de las personas que han preferido vivir esta semana de una forma más pasional, sea por el folclore o por la creencia.
Y estas palabras finales se las dedico a Jesús, el de Nazaret: tú que nos contaste que debemos amar hasta que nos duela, que debemos pensar que nuestra vida es preciosa, que el perdón es para todos, amigos o enemigos, que hay un Dios Padre. Tú que te ofreciste a los más crueles de los sufrimientos para demostrarlo, que dejaste que te desgarraran el cuerpo y que te clavaran en un madero, yo te digo: te recuerdo, te respeto y comparto tu dolor y tu carga, como hizo Simón El Cirineo. Y de tu a tu, te digo: Gracias amigo mío, te debo una.