Me parece que siempre queda un mundo por resucitar, como que hay otro indeseado que no acaba de morir, y que todo ello siempre se refiere a eso que parece tan antiguo del bien y el mal, blanco o negro sin que aún la mezquina coartada haya conseguido igualarlo todo en ese tono gris amoral del todo vale. Soy pintor y me gustan los matices, el color, las opiniones, el tono suave o fuerte y los contrastes. Lo que no me gusta son los colores sucios, machacados, manoseados, ni las supercherías del artista de la palabra que sabe que la puede usar para tapar su falta de oficio o de destreza. Pero también soy discípulo del dibujo, que siempre trata de delinear de separar, de concretar y allí se aprecian pulsos, trazos, valentía, sentimientos, cuando no, también se notan los engaños de los calcos, las acumulaciones de inseguridades y hasta el miedo a fracasar. Y a esto me refiero. A que todos nos hemos encontrado frente a frente con lo que hemos reconocido inmediatamente como bueno, sin necesidad de argumentar en exceso ni acoplarlo a nuestra ideología; eso que allí sucedía tenía un rostro, una sonrisa, una sencilla forma de mostrarse y una peculiar forma directa de llegar.
Hoy para muchos es el día fundamental de su creencia, puede que para otros, el anhelo de que puede revivir el bien. Llámelo Vd., verdad, justicia, igualdad, solidaridad, igualdad, luz, sabiduría, plenitud. Hoy se celebra esa separación entre muerte y vida, el paso, la pascua, la diferencia esencial entre el bien el mal, la vida y la muerte. Hoy también es el día más indicado para cargar de sentido nuestras vidas. Para volver a encontrar en un leve detalle, como el del nacimiento de un niño, de una espiga, de un nuevo punto de luz en la noche?
En las primeras horas de este Domingo de Pascua, Arina, como aquel al que sigue, se ha sumergido en esa luminosa cisterna de rocío para revivir. Se ha bautizado en La Purísima, y todos inmediatamente hemos reconocido en ella, la radiante sonrisa del bien.