OPINIóN
Actualizado 19/04/2014
Ángel González Quesada

Con esa falsa candidez de supuesta lógica incontestable y ese aire desdeñoso para el común que transmite el lenguaje de las sentencias judiciales, entre los muchos ejemplos que pueden tomarse de la cotidianidad, ya ni extraña que el Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana sentencie y firme, con todo su largo nombre, que los trajes que la trama de corrupción Gürtel regaló por sus favores al entonces Jefe del Gabinete de la Consellería de Turismo de aquella Comunidad, vayan a ser embargados al reo y a depositarse en contenedores de ropa usada. No refiere la tan sorprendente sentencia, ni tal vez tenga que hacerlo, si la ropa de los mencionados contenedores irá destinada a los necesitados valencianos, a los mercadillos de segunda mano, a la ayuda internacional a los países subdesarrollados o, quizá, a las inclementes prensas de las plantas de reciclaje que la convertirán en trapos de cocina. En cualquier caso, semejantes (y costosas) prendas, pagadas por todos nosotros, tendrán un destino muy diferente del que imaginó para ellas su seguramente muy cotizado sastre-creador. 

Una de las ?inquietantes- "ventajas" de la interminable crisis social y económica provocada por la codicia y la indecencia, es el afán sobrevenido a muchos responsables institucionales ?ministros, jueces, policías, subsecretarios y hasta periodistas- de sobreexplicar las razones de sus decisiones, de ser exageradamente didácticos, de adoptar medidas que, a su modo de ver, pudieran servir de bálsamo y consuelo a los maltratados por la escasez y la miseria, que a falta de un empleo, una comida decente o una vivienda segura y digna, quedarán satisfechos con la sentencia ejemplar contra el corrupto, con la constatación de su deshonor y la certificación de su castigo y, por supuesto, los hambrientos, los parados y los desahuciados alcanzarán un descanso reparador y pintarán en sus rostros beatíficas sonrisas con la satisfacción de ver arrojado, nada menos que a los contenedores para pobres, el carísimo vestuario con que el otrora desdeñoso jerifalte les miraba por encima del hombro.

La permanente sensación de que al ciudadano de este país vienen tomándolo por tonto desde demasiadas instancias institucionales, mediáticas y gubernamentales, y desde hace demasiado tiempo, no se alivia, sino todo lo contrario, a la vista de esta explosión generalizada de rasgos institucionales de conmiseración, estas reprimendas públicas supuestamente ejemplarizantes y estos detallitos justicieros hechos para acunar estúpidos, que además de inútiles, presuntuosos y mezquinos, en modo alguno intentan siquiera emprender lo que significaría un verdadero consuelo para tantos: la solución a los gravísimos problemas sociales que acarrean la corrupción, el despotismo económico, la usura institucionalizada y la deshonestidad política.

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