Desde que comencé esta faceta de juntar letras, intentar dejar constancia de mi humilde opinión y medio redactar unos artículos ?de eso hace ya más de una década-, cuando mi intervención coincide o es próxima al Jueves Santo, me gusta, me brota, me siento bien pidiendo perdón a los amigos, a la familia, a los adversarios, compañeros, contrarios, e incluso posibles enemigos, si en algo, consciente o inconscientemente, les he perjudicado, les he dañado, les he podido causar algún mal.
Que soy una persona histriónica que puede, en su explosión, causar angustia es algo que quien está conmigo conoce, y también es algo por lo que debo pedir perdón. Que puedo ser difícil o sencillamente desagradable en el día a día, puede ser, pero? perdóname. Que puedo ser un cabezota tenaz en sus planteamientos, quizás, pero? lo siento. Que? en cualquier caso, PERDÓNAME.
Del mismo modo que imploro el perdón a aquel que pude hacer daño, te adelanto amigo, que te perdono, que por más daño que, a mí, me puedas haber hecho y por más que me duela aquello que hiciste, yo te perdono y no te guardo rencor. Siento no poder afirmar con tanta rotundidad mi perdón si el daño lo hiciste a mis hijos, pues eso, sabes bien, Teresa, que no te lo perdonaré jamás, que eso no es bueno, que eso no es cristiano, que eso no debería de ser así, pero lo que le hiciste a mí hijo, no lo puedo perdonar. Sabes que lo digo de corazón, que no es una pose o algo que se dice o escribe sin pensar, que por mi forma de ser la herida queda presente, pero ni la tendré en cuenta, ni servirá para mantener ningún tipo de aversión a tu persona, con la excepción tuya, Teresa
El Jueves Santo se instituyó como el día del Amor fraterno y del perdón. Creo que debería de ser Jueves Santo todo el año, pero mal no hacemos, al menos, ejerciendo dicha práctica en el día señalado, pues aun cuando parezca una estupidez, a mí, personal e internamente, me hace sentir descargado, aligerado, mucho, pero mucho mejor.