La tarde caía sobre Jerusalén. Pequeñas lucecitas se atisbaban desde lejos. En una casa de los arrabales 13 hombres se sentaban en torno a una mesa. Las mujeres, solícitas, les habían llevado la palangana y unas telas para realizar el lavado de manos, antes del inicio de la cena. Una comida modesta, pero no faltaba ni el pan ni el vino. 13 hombres en torno a una mesa, celebrando un yantar, no es nada extraordinario. Y, sin embargo, aquella cena sería conocida por todos los siglos venideros. Esa noche se sentaron a cenar un maestro y sus 12 discipulos. Jesús, el Cristo, iba a celebrar aquella noche la primera eucaristía, ni más ni menos. Eran las últimas horas que iban a estar juntos. Sólo Él lo sabía. Como sabía que uno de aquellos amigos le iba a traicionar. Pero no le importó. Cenó y humildemente lavó los pies de aquellos hombres, de todos, incluido el traidor.
Para los que seguimos a ese Mesías, hoy es un día muy importante. Y la Iglesia celebra, precisamente, el día del amor fraterno. Intenta, creo, que recordemos que todos somos hermanos en la fe, fraternidad que, si realmente practicásemos, el paraíso podría empezar, hoy y aquí.
El ambiente no facilita la reflexión y, no obstante, estos días para la comunidad cristiana son cruciales. Para mí, deberían ser de parada y examen, de reconocer que a veces ni siquiera intentamos seguir el Evangelio, es duro, cuesta renunciar a las comodidades de una vida privilegiada. Nos llegan, de continuo, los mensajes de desastres, guerras, hambrunas y, más cerca, el paro, el índice de pobreza infantil, los "desarraigados" porque ya no tienen nada, casi ni un sitio donde morir. ¿Dónde está nuestra fraternidad? ¿Dónde hemos dejado el camino que nos enseñó Jesús? Él nos dijo: cuando des de comer al hambriento, de beber al sediento, me lo estás dando a Mí.
Ojalá que estos días y todos los siguientes intente ser un poco mejor. Creo que Él me ha dado mucho, muchísimo más de lo que merezco, y tengo las manos casi vacías.