OPINIóN
Actualizado 16/04/2014
José Manuel Ferreira Cunquero

Maldito sea el tal Pilatos, que sigue introduciendo en agua las pezuñas de la indiferencia para ser el gran hijo de Satanás, que envía al cadalso a miles, -qué digo- millones de seres inocentes. 

Hombres, que cada día, de cada año, se convierten en perpetua hilera de cofrades que en bendita procesión, (menesterosos de la mala suerte) van escribiendo el fin de sus pobres días.

Afán carpintero de los emperadores, que mueven el tinglado económico que construye con tanto esmero la cruz; símbolo de muerte alzado sobre nuestras conciencias adormecidas, insensibles ante el olor a miseria y podredumbre que brota de ese gentío torturado en masa como señal indolente de este tiempo amanerado por la injusticia. 

Emperadores obcecados en el gran juego del dólar y el euro, que va cercando por muchos lugares del planeta la esperanza y la vida; escenario de subastas que mueven, en los siniestros mercados del dinero, la suerte o la desgracia del hombre y sus libertades.

Da igual que en primera fila, frente a un televisor de plasma último modelo, veamos nuestra propia tragedia. Algo nos impide reaccionar ante ese invento de guerras y masacres, mientras cae sobre nuestra dignidad una losa que mide en dosis de amor o desamor lo que somos.

Ahí tenemos la Siria olvidada, como lo fue Irak, Vietnam, el Congo y todo el etcétera de países que sirvieron y sirven para camuflar las armas, la droga y toda la materia prima que sigue engordando los orondos vientres que reinan en el primero de los mundos, mientras los autóctonos hijos de la desdicha se retuercen de asco en su propia tierra. 

El Cristo asediado por el hambre regresa cada segundo al patíbulo de la indecencia, que al uso se alza cerca de un inmenso huerto de los olivos abominable, donde emana un misterioso hedor a ingratitud y genocidio; Cristo dócil, ajusticiado por haber nacido en las ratoneras mundiales, donde la esclavitud y el abuso de poder son norma para quienes manejan y manipulan a los seres humanos como si fueran basura sobrante del consumo indecente que todo lo agita.

Madres dolorosas de las esquinas del planeta, donde se alza el calvario de la injuria, sobre el que penden colgados los hijos del tiempo para ejemplarizar, por medio del terror, a tantos y tantos hermanos que han de dar lo que tienen por nada.

Semana Santa de la tierra imbécil, que acoge el genocidio diseñado por los herodes deshumanizados de esta época maldita que da palos de ciego, por este rincón prepotente donde nosotros otorgamos en silencio lo que ocurre (apenas hay distancia) casi a nuestro lado.

Jueves Santo del dolor, del inmenso dolor que aúna en la soledad del tiempo tanta sinrazón, mientras El Cordero pende de la cruz que tallara el odio para vergüenza de la raza humana, que marca a fuego su desmemoria.

Fraternal Jueves, que hinca en nuestro pecho la gran pregunta del amor y el compromiso, mientras ejemplares hombres y mujeres de la gran Iglesia del Señor, por toda la tierra dan lo que tienen, haciendo vivo el mensaje, el crucial mensaje que brota de la Palabra para ser guía y vida del hombre que sólo pudo nacer para amar.

Y al atardecer, cuando el Tormes, mansamente, siga acogiendo en sus aguas la frente tallada de piedra que es esta ciudad, vigía de cielos e historia, como una espiga de verdad, blandirá su talle de amor, en hombros cofrades, el Cristo. Los arrabales del mundo tornarán en esperanza su pena y en la voz gitana, que pobló los aledaños de la vega tormesina, rasgada, la saeta enhebrará como una oración el grito? El Cristo del Amor y de la Paz, Señor de las márgenes del Tormes, penetrará en la urbe, al anochecer, como una promesa? 

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