OPINIóN
Actualizado 14/04/2014
Cipriano Pablos

Cada día que pasa me cuesta más sentirme a gusto en esta sociedad egoísta, sin compromiso, solidaria solo puntualmente (para que lo que nos quede de conciencia social  se tome un respiro en el martilleo), hipócrita y cada vez más anárquica. Una sociedad sin respeto, sin orden, sin un modelo de convivencia más integrador, deja de ser sociedad  para convertirse en un individualismo egoísta millones de veces repetido. No ignoremos que todos somos dependientes, que todos necesitamos de todos. Nadie llega lejos caminando solo. Hay que saber convivir y muchos parece que no saben o no quieren.

Una vez más, no me avergüenzo de manifestar mi fe. Soy creyente, pero lo soy a mi manera: hace muchos años que renuncié a los "intermediarios", siendo absoluto defensor del sublime sacramento del orden sacerdotal. Pero en ellos no creo. En el que creía falleció hace unos meses y me queda, como mejor referencia, Mons. Berzosa, que merece la pena.

La Semana Santa nos llega, como todos los años, promocionada como un gran espectáculo BIC.  Las Hermandades se afanan en montar el propio como el mejor, a veces tienen sus diferencias entre ellas, y por unos días los cofrades parecen sentir un fervor circunstancial. Mejor esto que nada, por supuesto. Si pertenecer a una cofradía, salir en la procesión o ser costalero respondiera, de verdad, a un compromiso de fe, la Semana Santa superaría el puro espectáculo y podríamos asistir a una celebración litúrgica con fundamento, con sentido, con "munus" que nos llevaría a intentar ser un poquito mejores, para que la  muerte de Jesús no fuera o pareciera tan baldía. Y socialmente debería notarse. Ahí está el desaforado fervor y sentimiento andaluz por la Semana Santa, que no se traduce en una forma coherente de vida: no hay compromiso para el día después y la querida y magnífica tierra andaluza se debate entre sobresaltos de corruptelas, egoísmos y episodios poco acordes con esas creencias, de las que presume. Algo es algo, dirán algunos. Cierto, pero es bien  poco para lo que sería necesario.

Y en estos días de pasión (de padecer, de sufrir) tenemos otras pasiones, otros sentimientos que se van apoderando de la sociedad y que no son recomendables. Echarse al monte, ponerse el mundo por montera y querer conseguir por la fuerza todo aquello  a, lo que no dudo, se tiene derecho, no parece la mejor forma, en una sociedad que tiene normas y leyes para dar y regalar. Luchar por lo que es justo está bien, es necesario, todos deberíamos hacerlo. Pero no al libre albedrío. Ser revolucionario no es malo, y todos llevamos algo de eso dentro. Empecemos la revolución por uno mismo. Las malas formas  privan de razón a quien lucha por la justicia. No vale todo. No es tiempo de maquis. Demos una oportunidad a la generosidad y el mundo se transformará. Esa es la revolución pendiente.

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