Enseñar al que no sabe era en la antigua escuela una de las obras de misericordia, enseñar al que no quiere saber, debe ser hazaña heroica o desatino, o tal vez solo ejercicio humilde de paciencia. El filósofo francés Alain, en sus Propos sur l´education (1932), pone la paciencia como eje de gravitación para asumir el peso y la gracia de la enseñanza. Pero nos nos equivoquemos, se trata de la paciencia del profesor, no del alumno, en todo caso éste por mor de su edad ya se sabe que será precipitado, impaciente, farragoso, confuso y cambiante. Sin embargo el profesor - más parecido a un amoroso artesano o a un curtido trabajador del campo que a un erudito insuflado de vanidad o a un funcionario desgastado por la rutina-, habrá de saber esperar, soportando el peso de la estulticia, de la obcecación y a veces de la grosería, pues para enseñar a genios, ya lo dice Alain, ellos solos florecen, aunque quizá tampoco maduran, si no es bajo la mirada atenta del maestro que los acompaña.
La paciencia es el "pathos" del tiempo por excelencia, es decir, pasión de espera que no pasividad, virtud de resistencia dócil, vigilante y atenta, frente a la tensión ansiosa y a la inquietud productiva desde las que se elaboran explicaciones rápidas, dietas de adelgazamiento vertiginosas, lecciones de idiomas en un par de semanas, programas de viajes relámpago, con el tiempo justo apenas de hacer la fotografía para el face-book.
Pero de nuevo no nos equivoquemos, la educación en el aula o en la casa, en el comedor, la sala de estar, en el patio; aprender a atarse las zapatillas, poner la mesa, sacar al perro, geometría y declinaciones, tocar a la puerta antes de entrar, la sintaxis, dar la gracias, son cosas que no se aprenden en un día, ni en una tarea mal escrita en un papel arrugado mientras el niño merienda, "guasapea" y ve el partido.
Los márgenes limpios del cuaderno, como los surcos del que siembra, se hacen despacio y con cuidado. Y si el maestro se ve más preocupado por las pruebas y las inspecciones de todo tipo, que por acompañar el despertar de una caligrafía (escritura hermosa) crítica, admirativa, original, - características todas ellas de la edad juvenil, que sin embargo la escuela aplasta con demasiada frecuencia, pues así van las cosas. Y si no, que alguien me explique el misterio insondable de aburrimiento y desidia que va minando la vida escolar del adolescente, comparado con la actitud mucho más despierta y motivada del niño que asistió el primer día a la escuela?
Como padres y profesores nos falta en buena medida amor por la tarea bien hecha y confianza en el educando, y él lo sabe y lo siente, mientras se resiente de las presiones en las que le situamos dando más importancia a los resultados que a los procesos, y a las notas que al deseo de aprender. Recordemos los primeros aprendizajes de los pequeños: la bici, nadar, meter un gol, tanto esperábamos, tanto recibíamos? Pero quizá nos hemos cansado de esperar, se nos acaba la paciencia. ¿Y si volvemos a repasar los cuentos que contábamos entonces en busca de alguna clave que nos ayude a recuperar la fuerza de voluntad, y el coraje de aprender y enseñar? Leyendo los Propos de Alain, me venían a la memoria las imágenes preciosas de un cuento que sin duda leyeron muchos de los chicos que ahora están en bachillerato: No matter what (Siempre te querré) Debi Gliori (1999). Se trata de la historia de Colín, un zorro enfadado y tristón, que se pone a romper, chillar y destrozar todo lo que cae a su paso, mientras mantiene un sabroso pulso con su madre, poniéndola a prueba con hipótesis de todo lo malo y despreciable que podría llegar a ser si quisiera, e inquiriéndola si en tal caso ella aun lo querría. La madre le va reafirmando su amor en cada crisis. Finalmente el zorrito pregunta si el cariño se rompe, se gasta, se dobla, o en su caso si se puede reparar?, la madre le confiesa su ignorancia ante semejante metafísica del amor, pero le asegura y le reafirma una vez más su cariño incondicional: "Pase lo que pase, siempre te querré", ésta fue en mi casa, como madre, una de nuestras lecturas favoritas antes de dormir, en esa edad mágica de acceso a la lecto-escritura, entre los 5 y los 7 años. Hoy encuentro en este libro toda una filosofía de la educación, y me propongo repasarlo y pintar de colores mi paciencia desgastada antes de volver el lunes a las aulas.