OPINIóN
Actualizado 28/03/2014
Paco Cañamero
José Miguel Echevarri, el famoso director de equipos ciclistas estaba tan prendado del balneario de Retortillo, que cuando comenzaba una nueva temporada concentraba allí a sus corredores. Aprovechaba la tranquilidad y belleza del lugar, junto al milagro de sus aguas sulfurosas que encontraban el tono ideal para sumar nuevas victorias al palmarés del deporte español. Además tenían la ventaja de que a final del invierno o principios de la primavera, esas instalaciones estaban cerradas al público (por entonces solían abrir por el 15 de mayo, en torno a San Isidro), por lo que disponían de la soledad y el relax necesario para coronar con éxito la dureza de las pedaladas.
 
La época más activa de la presencia ciclista en el balneario fue en la década de los 80. Entonces, cada año, cuanto finalizaba el Carnaval, las gentes de la zona esperaban el acontecimiento social que suponía la llegada de las estrellas del pelotón. Era el caso del malogrado Alberto Fernández, quien iba camino de ser figura cuando encontró la muerte, siempre trágica, al volante de su coche. Del abulense Ángel Arroyo, que brilló y al final, la sombra del doping mermó los honores de su palmarés. También José Luis Leguía, otro elegante escalador, al igual que Julián Gorospe, entonces con mucho nombre. Era justo cuando se reivindicó como figura el segoviano Perico Delgado, con su cara de niño bueno. También venía, como benjamín del grupo un muchacho navarro llamado Miguel Induráin que acababa de dar el salto a profesional y tenía el sello de promesa gracias a las condiciones tan sobresalientes que atesoraba para ser la figura del pedal. Aunque el destino hizo que debiera esperar varios años para que toda España se perdiera las siestas de verano durante casi una década, mientras se asombraba con sus proezas. Porque cuando llegó la cascada de sus éxitos se vengó de todas las putadas que nos hizo Napoleón, además de hacer sufrir a los gabachos a quien tanto escuece que un español s
e traiga el Tour.
 
Esa época, cercana en el recuerdo, Rertotillo fue escenario de un montón de vivencias, junto a alguna moza que guarda en su corazón el secreto de un amor. Por eso hay que rescatar de las telarañas del olvido una simpática anécdota que se acrecentó después, cuando Induráin marcó época como rey del Tour. Entonces, la gente empezó a recordar las tardes que acudía junto a Gorospe, Echevarri y algún otro corredor a jugar a la pelota a mano al frontón de Retortillo. Eran partidos que causaban admiración, tanto por la fama de los personajes, como por la gracia que causaba el estilo de Induráin con sus particulares hechuras, al ser tan alto, desgarbado y excesivamente patazas. Por eso, en el pueblo la gente empezó a llamarlo 'gandumbas', mientras comentaban "como corra la bici igual que juega a la pelota se muere de hambre". Aunque a quien menos gracia la hacía todo aquello era al señor Lucas, el alguacil, que estaba deseoso que se marcharan para no acabar con su paciencia. Sobre todo cuando cada mañana se llevaba un berrinche al descubrir tejas rotas, donde quedaba el 'sello' de los piezotes de 'gandumbas', quien al ser el más nuevo le tocaba subir a coger las pelotas encajadas.
 
Luego, tras su eclosión, en Retortillo seguían las carreras de sus éxitos como si fuera un acontecimiento. Y hasta cuando observaban por televisión los primeros planos de su esfuerzo lo animaban al grito de "vamos 'gandumbas'", en aquellas pedaladas que escribían la leyenda del más grande. Aunque en sus biografías no quedase constancia de que una de las páginas de sus inicios deportivos se escribiera en el Campo Charro, cuando cada final del invierno regresaba al Balneario de Retortillo, donde encontró el tono que le permitió ascender al olimpo de las estrellas.
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