OPINIóN
Actualizado 28/03/2014
José Javier Muñoz

Un conocido mío que no escribe en Salamancartv (los hay) me comentó que cómo soy capaz de criticar a los detractores de la energía nuclear. Veamos posibles explicaciones. ¿Me pagan por ello? No. ¿Soy accionista de alguna empresa energética? Qué más quisiera. ¿No me preocupa la salud de la humanidad? No deseo mal a nadie, aunque me preocupa especialmente el bienestar de los míos. ¿Siento animadversión por los ecologistas? Ni simpatía ni antipatía; he dicho mil veces que no juzgo a las personas en bloque por sus adscripciones. ¿Entonces??

Cuando yo cumplía el servicio militar, también era obligatorio vestir de uniforme durante el tiempo libre. Raro era el día en que no me preguntase alguien qué significaban los rombos del cuello de mi guerrera, un aspa negra sobre fondo dorado. Era la insignia de la unidad de Guerra Atómica Bacteriológica Química (ABQ), con sede entonces en Santander, en la cual estuve destinado doce meses tras ser sometido a un test psicológico inusualmente extenso para aquella lejana época.

No teníamos equipos sofisticados ni ejercimos operaciones que se parecieran mínimamente a las aparatosas películas de Hollywood, pero sí manejé un contador Geiger y, lo más importante, aprendí que una cosa es la utilización de la energía atómica con fines pacíficos y otra muy distinta con fines bélicos. A juzgar por la foto, no parece que mi salud estuviera gravemente amenazada. El riesgo radica en la forma en que se procesa y se controla. Poca gente sabe que un individuo recibe más radiación atómica sentado junto a un televisor convencional doméstico que apoyado en la pared exterior de una central nuclear. Los opositores a esta forma de energía suelen apelar a Chernobil como paradigma de sus terroríficas consecuencias. Pero aquella planta ucraniana carecía de las medidas más elementales de seguridad y mantenimiento que sí se respetan escrupulosamente en el mundo libre, como, entre otras cosas, el sarcófago de cemento que aísla las radiaciones.

Para la mayoría, "atómico" equivale a peligroso. Nadie niega su riesgo potencial, como el de cualquier herramienta, incluido el cuchillo de cocina, que sirve para preparar los alimentos y puede transformarse en arma mortal en manos de un psicópata. Este dato es fácil de entender: para su uso como combustible en una planta de energía, el uranio que se extrae de una mina como la de Salamanca se enriquece (enriquecer es aumentar la proporción del isótopo "U") entre un 3 y un 5 por ciento. Para destinarlo a reactores médicos y de investigación (como los que poseen la Universidad y el Complejo Hospitalario), entre el 12 y algo menos del 20 por ciento. Para utilizarlo como material fisible capaz de generar una reacción en cadena y explosionar tendría que ser enriquecido hasta el 90 por ciento, y para eso se necesitan máquinas extraordinariamente voluminosas, potentes y sofisticadas.

Pero no hay forma de exigir al vulgo que afine unos conceptos enquistados en la psicología popular con tintes alarmantes. En el vulgo incluyo buena parte de los políticos, periodistas y redentores bienintencionados que piensan con las entrañas. Asistí a la rueda de prensa que ofreció Stephen Hawking en Salamanca a finales de los años ochenta. Ya entonces se comunicaba mediante un sintetizador instalado en su silla de ruedas. Una reportera preguntó al insigne físico si no le parecía peligrosa la energía atómica. Hawking compuso la respuesta con el teclado del ordenador y la emitió de forma educada pero contundente: "Señorita, todo lo que físicamente somos y todo lo que nos rodea es energía atómica. Y proviene del Sol."

¿Qué dirán entonces de la energía cuántica los timoratos? Porque el átomo puede dividirse en partículas subatómicas, éstas a su vez en otras más pequeñas, y así hasta llegar a lo que se denomina el vacío cuántico, un supuesto vacío que en realidad está lleno de energía y no se rige por las leyes convencionales de la causalidad. Según el premio Nobel de Física Richard Feynman, la energía contenida en un centímetro cúbico de cualquier materia bastaría para hacer hervir todos los océanos del planeta.

La energía nuclear tiene sus inconvenientes. De lo que se trata es de elegir entre arrostrarlos y prescindir de la producción de una energía rentable para terminar comprándola a los vecinos a precio de oro, que es lo que estamos haciendo.

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