OPINIóN
Actualizado 27/03/2014
Antonio Matilla

A principios de los setenta del siglo pasado intentaba yo crear riqueza turística en Cataluña junto a algunos compañeros gaditanos o menorquines. Bueno, en realidad, trataba de ganarme la vida, pero como el jefe es el jefe, supongo que algún beneficio tendría pues el negocio se mantuvo durante varios veranos. Aquello era España por Decreto, no el Estado de las Autonomías, ni el Reino de España ni nada de eso, así que la pequeña riqueza ?valor añadido- generada por mí, supongo que fue a parar a la cuenta del jefe catalán y a las arcas de la Hacienda de 'el Estado', que ya lo de 'español' empezaba a no sonar muy bien allí.

Mi tía Fidela, por su parte, zamorana de pro, era una de las mejores cocineras vascas del barrio de Gernika (¿Guernica?) donde vivía con mi tío Marcelo y mis primas, que eran las 'nomber one' en euskera en la escuela. Mi tía Fidela había recibido su sabiduría culinaria en un pueblito de Zamora ?el mío- y tenía la sana costumbre de preguntar a las vecinas vascas hasta conseguir que le salieran los caracoles mejor que a ellas.

Volviendo un día de visitarles, subí a mi coche un autoestopista que, al pasar por el desierto de hormigón que es la central nuclear inconclusa de Lemoniz, dijo ?sin mediar provocación alguna por mi parte- que se llevaran las nucleares a Castilla, si tanto les gustaban. Y en aquel momento tuve la tentación de pensar que Euskadi nos roba, no solo los cañones del Duero donde Iberdrola construyó sus presas, sino también la decisión sobre el uso de la electricidad, que todo se manda con un botón desde Bilbao.

Muchas familias españolas tienen historias entreveradas como esta que hacen difícil entender eso de 'España nos roba' y 'Catalonia is not Spain'. Una historia, un presente, un comercio, unos lazos familiares y amicales tan entrecruzados que no será fácil desenredar, por más que un sentimiento tardoromántico se adueñe de una parte importante de catalanes y vascos. Un sentimiento, el nacionalismo, que es demasiado moderno para tener grandeza romántica y demasiado antiguo para la globalización en versión europea, un sentimiento extemporáneo. Pero los sentimientos son difíciles de sanar. ¿A qué esperan nuestro Gobierno y los grandes partidos para definirse y aportar razones y argumentos bien comunicados?

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