OPINIóN
Actualizado 27/03/2014
Marta Ferreira

Con cierta frecuencia nos vemos involucrados en situaciones que,  de alguna manera, nos sorprenden e incluso nos dejan perplejos. Este tipo de situaciones no suelen ser de las que nos reportan alegrías o satisfacciones pues generalmente, y cuando de buenas nuevas se trata, ni nos planteamos por qué han sucedido y nos limitamos a disfrutarlas.

Observo que el término casualidad lo dejamos para aquellos momentos en que nos acontecen imprevistos para los que no estamos preparados y a los que tratamos de disfrazar (¡qué casualidad!) para  no hacernos daño. Las personas, incluso las aparentemente más fuertes, tenemos debilidades, y corazón,  y no es infrecuente que ante aquello a lo que no somos capaces de encontrar sentido o repuesta lo vistamos de destino o azar.

Hace unos años ya, y siendo casi una niña, me sobrevino una situación a la que yo no daba crédito y que inicialmente quise, casi sin ser consciente, camuflar de casualidad. Aquella aparente calma que me dio disfrazar la situación no sirvió de nada porque, el tiempo que todo lo pone en su sitio, desnudó solita la verdad y acabé viendo la realidad que por temor quise obviar. De aquel acontecimiento salí decidida a no volver a creer en las casualidades porque convencida estaba de que las mismas no son sino excusas que nos brindamos para no hacernos daño y me pareció (repito que era muy joven) que era cobarde.

El tiempo transcurrió y cómo no, han acontecido desde entonces mil situaciones y cientos de historias en mi vida y sí, volví a emplear esa excusa que me prometí no volver a utilizar y aún hoy sigo haciéndolo, como hacemos casi todos. ¿Que por qué utilizo este recurso a pesar de ser consciente de la trampa que supone? La respuesta es sencilla: siempre se presentan situaciones  que no somos capaces de comprender o para las que no estamos preparados, siempre hay actitudes que generan desconfianzas que no queremos soportar, siempre queremos buscar una razón que nos alivie el sueño.

Te haces mayor y comprendes  que,  a veces, ampararte en la casualidad para soportar un acontecimiento no es una cobardía, es simplemente una tirita para el alma, y aunque quizá no sirva de nada, a veces es más saludable fingir haber perdido las gafas y disfrutar de lo que queremos ver, que ver lo que realmente hay , total, ¿quién te dice a ti que  el extravío no fue una casualidad?

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