OPINIóN
Actualizado 26/03/2014
Victorino García Calderón

Hace algo más de treinta años, cuando un servidor impartía clases de enseñar a mirar en la localidad zamorana de Toro, fui a casa de un buen amigo a escuchar música, hablar de arte acompañados de alguna copa de vino de la uva tinta del país cuando aún no había denominación de origen. Al llegar me dijo que había grabado de la radio una pieza de música fonética extraordinaria, de las que dejan huella en la piel y en el corazón. Nos pusimos a escucharla con devoción, se trataba de una composición realizada en los estudios de Radio 2 a base de noticias leídas directamente de los teletipos que iban llegando a la redacción por un locutor excepcional para, seguidamente, ser interpretadas musicalmente por una soprano.

La obra titulada Radio Stress constaba de tres partes: una social, otra política y otra de índole teológico-filosófica. Cuando el reproductor de cintas magnetofónicas se paró no supe qué decir, aquello tenía una fuerza descomunal que no tenían las noticias leídas en los informativos cotidianos, sentí que algo había cambiado en mi manera de reciclar la percepción de los telediarios, era tan clara la manipulación que sufrimos al escucharlas, tal el desasosiego que producían cuando nos paramos a pensar un poquito en ellas, que nos pareció que teníamos que hacer algo para que aquella cinta no pasara al anonimato al que pasan las noticias mismas nada más producirse y decidimos, entre las notas mucho más amables de Chopin o Satie, que le pondríamos imágenes y que la reproduciríamos como si de un video se tratara en cualquier sitio que nos llamaran para hacerlo, eso sí, con el permiso del autor(*).

El primer pase tuvo lugar en la Casa de Cultura de Toro, el éxito de la convocatoria fue más que notable, las discusiones posteriores también. La nula respuesta al por qué de tantas noticias estresantes producía en los espectadores una sensación de inmovilización difícil de explicar, la unión de la música con las imágenes tenía al espectador en vilo los 28 minutos que duraba y cada vez que se ha proyectado el audiovisual en años sucesivos y en sitios tan dispares como Salamanca o Madrid, ha pasado lo mismo: una sensación de impotencia tan grande que la gente apenas se atrevía a decir nada tras su visualización. Las imágenes de catástrofes, guerras y hambrunas chocaban frontalmente con las plácidas fotografías de ricos y poderosos, banqueros y cardenales de la curia romana, todos rodeados de un lujo insultante.

Esta semana he vuelto a tener esa misma sensación después de escuchar las noticias de la sentencia judicial del ¿accidente? del Prestige, siento que quieren tomarme el pelo una vez más y que ya hay demasiados casos de poderosos que no pagan por sus actos. Desgraciadamente se va haciendo normal la absolución de los responsables cargando con los gastos los mismos de siempre.

Esta democracia burguesa, monárquica y capitalista que votaron la mayoría allá por año 78 nos está saliendo demasiado cara a las clases medias y, sobre todo, a los más débiles. Algunos todavía podemos levantar nuestra voz pero, ¿cuántos ya no pueden hacerlo? Incluso a algunos ni les dejan hacerlo en paz, como es el ejemplo de los jóvenes en huelga de hambre de la Puerta del Sol.

La impotencia que experimentamos muchos ante las resoluciones judiciales es tremendamente peligrosa para todos, pero mucho más para los que más tienen que perder. La pérdida del crédito en el sistema judicial conlleva la degradación de la vida política y social. El Prestige es un caso más que añadir a Madrid Arena, Ave de Santiago, Metro de Valencia, caso Noos, Bankia y, posiblemente Gürtel, Bárcenas, ERES de Andalucía etc. No solo nos están robando, sino que además lo hacen legalmente, los jueces son sus cómplices y hace falta muy poco para que podamos entender que hay una estrategia preparada para que a los delincuentes de guante blanco no les pase nada. Es tradición en este país desde los asesinatos en masa de republicanos durante y después de la guerra civil auspiciados por la Iglesia. Después, el franquismo se encargó de decirnos que todo lo malo pasaba en el extranjero y que aquí vivíamos a pata suelta. El poder en esta democracia se ha comportado igual: "manda el barco a alta mar que si no, nos llena el puerto de La Coruña de chapapote" se dijo entonces, lo que nunca imaginaron es que se llenaría toda la costa española y parte de la francesa. Con la derecha "nunca pasa nada malo" nunca son responsables de nada, mientras los más desfavorecidos pagan desahucios, Gürtel, preferentes? Piensan, y aciertan, que muchos españoles son idiotas o interesados y que les van a seguir votando.

Como en la obra Radio Stress de Miguel Alonso las noticias de tanto desmán son vacunas unas de otras, se tapan, se solapan, se van amontonando y nos resbalan como si estuvieran cubiertas de aceite. Basta que nos paremos un poco a pensar en ellas para que nos demos cuenta que ya no nos producen estrés, sino indignación, pero ¿hasta cuándo? ¿cuándo nos vamos a unir contra esta losa delictiva y despiadada que es el estado seudodemocrático que nos impuso la dictadura franquista sostenida por el capitalismo más insolidario que ha devenido en estafa social? ¿podrán los reformistas cambiar el rumbo de su, mal llamada, democracia?

Por último ¿qué te produce, amigo lector, ver todas juntas las imágenes que acompañan este documento?

 

 

 

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