OPINIóN
Actualizado 26/03/2014
Enrique de Santiago

Correteaba el pequeño, de no más de cinco años, en el recogido que sirve de acceso a la sacristía existente, en la nave central, de una gran iglesia. No hacía ruido, tan sólo reía con esa alegría de un pequeño disfrutando de su momento. Su padre, situado en la esquina que daba acceso a la nave, participaba de la ceremonia y vigilaba a su vástago, al que pretendía acostumbrar a acudir a la iglesia, a pesar de su problema.

Salió de la sacristía un sacerdote muy leído, muy culto, buen orador si no se escuchase él tanto, perfecto redactor del panfleto que se entrega para que sigas la misa, persona de prestigio y relevancia a quien ese padre seguía y admiraba, hasta ese momento, y, de repente, inquirió al padre para que hiciese parar a ese niño, a lo que el padre indicó que en aquel lugar no molestaba a nadie y fue contestado con severidad que no era lugar para corretear, momento que aprovechó el padre para, esperando de su caridad, informar que el pequeño era especial y era la única forma de acostumbrarle y que, con el tiempo, entendiera qué es la Iglesia. Sin mirar, aquel venerable ministro, confirmó que ese niño no debía de estar en la casa de Dios. El padre cogió en brazos a su hijo, con más cariño que nunca, agradeció al fructuoso sacerdote su trato y abandonó el templo, dando por cumplido el tercer mandamiento y llorando en su interior.

Desde entonces, buscó un templo en el que su hijo fuese acogido sin problemas y encontró una iglesia humilde, en las afueras de la ciudad, en la que no sólo se comprendió la especialidad de su pequeño, sino que se le dio acogida, como hubiera hecho nuestro Señor, que se encontraba con los pobres, con los que tenían problemas, con los especiales y no en las grandes ceremonias que imponen yugos pesados a unos feligreses que los trasladan al prójimo sin observar sus corazones, siguiendo el rito del celebrante.

Próxima la Semana Santa, hemos de recordar que Dios no está con el ampuloso clérigo del Templo con valiosísimos cuadros, gran extensión y ricos parroquianos, fácil verbo, preciosismo en su expresión y poeta por vocación, sino con el pobre, con el que sufre, con el especial que o no sabe o no tiene un verbo como el de él,? con los niños, con cualquier niño y que, aun cuando no lo entendamos, que no lo haremos nunca por ser sus hijos autistas, Él nos acoge, nos colma de cariño y cura nuestras heridas, con humildad, caridad y amor, que nos falta a los que le seguimos.

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