OPINIóN
Actualizado 25/03/2014
José Amador Martín

Siento ríos de silencio sobre los muros de la ciudad, cuando llega la noche y se llenan las calles de soledad y olvido.

Acuno una esperanza  en cada sueño, un mar que se desborda, de pasión extendida, sobre la ciudad, melancólica y nocturna.

En los senderos que cruzan los jardines de la ciudad retumban los pasos como si de una caja de resonancia se tratara. En el banco, solitario un hombre contempla las estrellas. Su luz arriba y abajo la penumbra de la noche alargada en la sombra de los árboles.

Esta ciudad es ahora un  jardín abandonado y no se escucha el correteo de los niños, las palabras de los enamorados, sólo la hierba, las zarzas entrelazadas en la maleza y el olor a humedad que asciende de los estanques de aguas verdes, dominan el paisaje vencido a los ojos del hombre. Es la noche de la soledad de las lejanas profundidades en las que ningún esférico esfuerzo suyo, puede ser cogido nunca por la cúpula azul del cielo infinito, aunque la hilera de farolas extendida por la larga avenida, aceche entre las estrellas,  la noche envuelta en suaves brisas,  se estremece  una y otra vez sobre los jardines, suspirando, por los desventurados amantes.


Luego, en el amanecer,  mientras  la luz  desciende a la ciudad callan los ecos de la ausencia, mientras dura el milagro que enciende al alba el primer sol.

Y se hace luz silenciosa que desciende hasta las calles, cauce de luz pausado en el tiempo del amanecer, Luz que nos encuentra buscando, entre restos de naufragio horas olvidadas, fragmentos de todo lo que fue, memoria viva de las  historias cercanas y nunca conocidas.

Entre las sombras  también se oculta la verdad del día. Ellas establecen el límite real de lo que nunca fue y pudo haber sido cristal de espacios, crisol de relojes donde encontrar las horas.

Hay muros de sombra, muros de silencio, muros edificados al borde de los sueños, muros de indiferencia, en la verdad del  día.

Posiblemente mi esperanza  ya no será más nuestra esperanza, cuando, traspasado el corazón con el filo de la nada, navegue el espíritu, por mares áridos, cubierto con el salitre y la herrumbre del tiempo fugitivo del espacio, perdido, de  los sueños.

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