OPINIóN
Actualizado 24/03/2014
Fernando Robustillo

Por la pluralidad de pensamientos y para que no haya ningún lector a quien le falte aquí su "alter ego", por fortuna, somos ciento y la madre, pero el Cristiano Ronaldo de los columnistas dejó el pabellón muy alto y tampoco está con los "otristas", aquella ficción del gran Arniches que era contraria a los "miístas", y si yo fuera de estos últimos, mi patrono literario, con el permiso de cuantos ejercen o han ejercido este bello arte,  "andurrea" por los cielos de Madrid.

Fue el único columnista que me llevó de metáfora en metáfora, de columna en columna y de periódico en periódico como si se tratara de una adicción. Traté de aprender de él y para volver a casa con noticias como las suyas comencé a beber de sus fuentes. Así, bien de mañana, salía a comprar el pan y, como él, también me paraba con el quiosquero, pero debía de ser por mi cara o por no llevar gafas y bufanda, que el susodicho solo me hablaba de fútbol.

Después, leía las columnas de mi columnista y el panadero le había contado la última de "Pitita" Ridruejo, el quiosquero le daba perfiles del personal, el del ultramarino le había vendido fresas pecadoras? ¡Qué tiempos! Recuerdo que en su primera etapa, recién llegado de "El Norte de Castilla" a la urbe madrileña, lo descubrí a través de su gran amigo y valedor Camilo José Cela, quien no pocas veces nos puso en la pista de su existencia.

Pero fue gracias a su fichaje por "El País" como pude sentarme a su mesa para desayunar con  compañías tan poco recomendables como la del genial mentiroso don Ramón María de Valle-Inclán, quien recién venido de Galicia se inventó su propia biografía y para impactar se asimiló con un asesino, o del amor confeso y onírico de Victoria Vera, joven actriz que lucía tan bien su cabeza como sus pechos, los más bellos de la Transición.

Y aunque mi columnista hiciera sentir que solo escribía de forma individual para cada uno, después de "El País", con un corto paso por "Diario 16", él como columnista y yo como su lector, fuimos raptados por el hábil Pedro José, que nos llevó para su casa allá por el año 1989, y así fue que, a pesar de que "El Mundo" no seguía "mi línea editorial" y tenía que comprar dos periódicos, solo aquel columnista justificaba el pago de, qué sé yo, ¿50 pesetas de entonces? No sé, pero como un autómata lo compraba a primerísima hora.

Quizá  ya lo hayan descubierto; si no, pongamos que hablo de Francisco Umbral.

Pero? ya que don Camilo fue su gran amigo, en algún lugar, seguro, habrá una entrevista a medias que será toda una delicia. Si está en la cabecita o en las memorias de la  camilista Marina Castaño, ya es hora de que salga a la luz, pues doña Rosario Conde, la esposa primera, fue muy mesurada en el decir y dijo poco, pero lo justo en un amor resentido. Así, una vez muerto don Camilo, cuando le informaron que las últimas palabras de éste fueron "¡Viva Iria Flavia!", con una respuesta digna de la influencia de CJC, contestó: "Una persona cuando se va a morir no dice esas gilipolleces".

Umbral-Camilo o Camilo-Umbral seguirán vivos por muchos años. Y cuando sepan traducir a Umbral, que siempre escribió con una metáfora de más, Europa se sorprenderá de no haberle dado un Nobel vivo y abrirá la concesión de los Nobeles póstumos.

(Ilustración: Con la entrada de la primavera, hoy venía yo a hablar de mi libro ?poesía sobre lo que dejamos en el río de la vida?, pero me he quedado en boxes. Se me ha cruzado todo un "mercedes" como Umbral y solo les puedo dejar la portada).

 

 

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