Hace varios años, el cineasta salmantino Javier Díez nos mostraba en su películaFuerza centrífuga algunos de los tenebrosos pasadizos de la venta de órganos y las miserias morales de quienes la alientan. Al margen de las calidades técnicas y artísticas que la película sin duda alberga, el gran valor ético de Fuerza centrífugareside en su excepcionalidad en el epidérmico y simplista mundo artístico español, al haber sido capaz de mostrar con talento, imaginación y buen oficio, un tema cuya especial sensibilidad y altura intelectual lo convierten en veneno para eso que llaman las audiencias.
Viene esto a cuento porque una noticia sobre el tema, destacada la pasada semana en los medios más por el sensacionalismo de sus cifras y la morbosa curiosidad, forma parte ya hoy de los detritos informativos en el vertedero de irrelevancia y olvido en que cada hora arrojamos la anterior. Pareció interesarnos hace días que un enfermo rico pretendiera comprar sus órganos a un sano pobre, y, cual ofendidos, desempolvamos archivos en titulares del telediario y a dos páginas con foto y gráfico sobre el tráfico mundial de órganos, sus cifras y plusvalías, las estadísticas de donaciones en vivo y en muerto, las compatibilidades, las búsquedas, los controles y los requisitos, las compraventas mafiosas y las cicatrices, y aprovechamos para sacar pecho una vez más como líderes mundiales de la donación, además de enterarnos de cuánto cuesta en el mercado medio hígado humano y cómo y por cuánto los pobres venden su cuerpo a pedazos. Y ya está. Muy poco, prácticamente nada, sobre las tragedias personales y los infiernos particulares de quienes estaban y están voluntariamente dispuestos a vender su propia carne, a jugarse la vida o a renunciar a su salud para paliar el hambre, para huir de la intemperie y la exclusión, para asimilarse o aproximarse a esta forma nuestra de vida, la misma que les genera, provoca, alimenta y manosea su necesidad.
El quizá no tan inconsciente relativismo informativo que condiciona las noticias en los medios de comunicación de los países que con patética presunción a sí mismo se llaman avanzados, insiste en las cómodas subjetividades que nunca intentan ponerse en el lugar del otro. Así, las informaciones sobre la venta de órganos humanos vivos son presentadas con profusión de estadísticas seudoexplicativas, cifras globales homogeneizadoras, detalles médicos superespecializados o memoria histórica de sucesos llamativos, pero jamás profundizan en lo particular ni reflexionan sobre las causas profundas del sufrimiento humano, las responsabilidades colectivas que lo mantienen, las anuencias institucionales que lo permiten y hasta las complicidades políticas y económicas que consiguen hundir a personas concretas: cientos, sí; miles, también; millones, desgraciadamente; pero también una tras otra, en los oscuros pasadizos de la miseria y en las decisiones radicales dictadas por la desesperación, igual poniendo en venta sus cuerpos que escalando vallas que acuchillan o nadando hacia una playa llena de tricornios.