OPINIóN
Actualizado 20/03/2014
Eugenio Sánchez

Llegué un 18 de agosto, 850 kilómetros cargados de dudas y lágrimas.

Me empujó el instinto, partí del puerto seco de la Alamedilla, por el retrovisor Elena y mi madre inmóviles.

Recuerdo el lugar donde aparqué, una arteria en penumbra, el ford escort tan cansado como yo, Andorra, un lugar distante de mi hogar; el presidente del club deportivo de Andorra y el entrenador estrechan mi mano.

Vivo en un apartamento con lo justo, un octavo con vistas al parc central, de repente solo.

La espina clavada del descenso de categoría con el Sol Fuerza dolía, "mi equipo", su capitán; perdí sangre los dos últimos años, cedí el brazalete por impotencia y engaños.

El País del frío, la montaña, sus lagos y rincones, todos menos alguno, extraños.

El balón comenzó a rodar, la página siguiente de mi vida encuentra nombres propios que sólo a mi me pertenecen, Carles, Nacho, Dela, Xavi, Miguel, Renato, May, Talín? Era el nuevo alumno en la clase llegado de de lejos, sentí calor.

Mi objetivo era disfrutar, el fútbol sala mi pasión, mi profesión, el número cuatro y las letras S. Redondo mis señas de identidad.

Comenzó el espectáculo, no había vuelta a atrás, emigré para vivir y reencontrarme, un exilio voluntario y necesario.

El País, Andorra, me abrió sus puertas, y me encontré con el "Charlot" donde comía, con el catalán como lengua oficial, con mis pasos deambulando por una ciudad que no me conocía.

El deporte, el fútbol sala, correr con un balón en los pies, tan simple. Un esbozo de sonrisa y mis compañeros, cómplices del nuevo rumbo. (Fin parte I).

 
 
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