OPINIóN
Actualizado 18/03/2014
José Amador Martín

Desciendes a la luz de la mañana,  a la paz silenciosa de esta ciudad perfecta coronada de luces, cuando la luz recorre, en el silencio, las calles  solitarias.

Hasta hacerla Luz que acaricia, Luz que es música, luz que muestra en las almas la estructura perpetua del instante.

 

En la infinitud de un cosmos, que gira con su elevado acento, en la armonía universal de las esferas, el alma recobra del olvido

los versos serenos, deseos del alma en los que permanece el sueño, en los que toda la belleza nos acecha.

 

El tiempo abandona su reposo, cuando termina siendo llanto,

belleza engañadora, equivocado sentido de la gloria.

 

Pero luego, cuando recobra su memoria, bajo el aire hermoso  de la luz y la música celestial, es aire nuevo con el que armoniza y goza  de felicidad divina.

 

Todos mis sentidos arden en este bosque de bóvedas tejidas por el tiempo, como fuerza interior, como invisible cántico,  catarata de luz que nos asciende hasta los límites del día.

 

Suaves como la aurora brillan silenciosas nubecillas, rastros de rocío, solo visibles en la calma de la paz interior de la Palabra,

cuando la palabra es luz, calma serena de un jardín de piedra coronado en elevada sinfonía, en filigrana, en el murmullo dorado que te asciende al abrazo, infinito, de la tarde.

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