OPINIóN
Actualizado 18/03/2014
Fernando Segovia

La muerte siempre nos pilla a contrapié.  A pie cambiado siempre. Si uno estima que es mejor rápido y casi sin enterarse viene al contrario para incordiarnos. Y si el deseo es que sea lento el proceso, con tiempo para despedidas y demás, lo normal es que venga al revés.  Ahora vino a por mi amigo José María con demasiada rapidez, con precipitación excesiva y nos heló la sangre y las entrañas cuando de mañana nos lo dicen. Al menos haber podido despedirnos. Decirle un hasta luego. Ni eso esta vez.

Y nos acabamos dando de bruces con la realidad. Con la completa ausencia y todo el fuego y el hielo a la vez. Vivimos de espaldas a una realidad bien evidente por molesta. Esquivamos esa realidad para que no estorbe en lo cotidiano. Pero en un hecho como el de hoy, tan hiriente y helador, no es posible la esquiva. El amigo se marchó sin despedirse, ni de sus hijos (de Coque, especialmente), ni de sus amigos siquiera. Sólo Isabel acabó por ver el sufrimiento durante apenas unos minutos y lo trágico de una definitiva marcha. La buena de Isabel que se llevó todo el susto posible en ese instante. Luego las flores, multitud de flores, los abrazos con lágrimas, preguntarse por qué y no saber responderse.  Y el frío. Todo el frío del mundo por la espalda.

Y nos quedamos pensando, cabizbajos, abatidos del todo, porque el amigo no está ya. No encontramos su sonrisa cálida tan frecuente de hace bien poco. Tan cercano y amigable. Siempre poeta, admirador de buenos versos, de tan acogedora voz y de solidaria amistad sin condiciones (y es todo verdad, no hay artificio alguno en mis palabras). Y lo estamos echando de menos. Aunque ya no tengamos nuestro Marfil de cada viernes, las cenas, los cantos hasta la madrugada, lo echaremos de menos, seguro. Fueron tantos años compartidos. Hubiese deseado no haber recibido esa llamada que hiere en la mañana  anunciando el desastre. Hoy posiblemente habríamos entonado juntos las coplas de Jorge  Manrique a la muerte de su padre (que alguna vez nos recordaba). Y habríamos cantado también seguramente algún tema de Serrat, con tanto mimo y tanta ternura que nos habría levantado el vello, y en un escalofrío ya de madrugada, recogernos los unos con los otros en esa hermandad que las orfandades suelen traer consigo. Y terminamos juntos por enjugar las lágrimas de ahora mismo en cálidos abrazos de reencuentros. Y así queremos seguir, José María. Así vamos a seguir.

Vuela tan libre y tan alto como puedas, amigo.

(A José María Casas Rubio, muerto prematuramente en la mañana de este sábado, y  a todos nuestros amigos)

 

 

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