OPINIóN
Actualizado 16/03/2014
Rubén Martín Vaquero

Ahora que hemos pasado del refajo al tanga, de la mantilla a la pasmina, de las mantas maragatas a los edredones nórdicos y de los calzoncillos a los slips, quizá sea de sentido común establecer la ropa adecuada para las diferentes situaciones y momentos de la vida. Dejando a un lado los distritos olímpicos de las ciudades, donde los vecinos van "arreglaos" pero informales, y con las correspondientes medallas de oro, en el resto de los barrios o distritos habría que acordar, siempre desde una postura tolerante y comprensiva, unas mínimas prendas para el uso cotidiano.

Por un suponer; a la playa tendríamos que ir con pantalones, zapatos, calcetines, camisa, corbata, chaqueta y gabardina (ya sabéis que allí corre el airecito marino), que servirían para protegernos de los fatídicos rayos UVA y de la arena pegajosa. Daríamos una estampa de gentlemen despistados a lo "Amanece, que no es poco".

Bien diferente tendría que ser nuestra vestimenta si fuésemos al puesto de trabajo, a los centros hospitalarios y de salud; a los organismos oficiales; a las aulas de colegios, institutos y facultades; o a resolver un trámite en cualquier oficina. Entonces, por otro suponer, deberíamos ir vestidos con pantalones piratas, bermudas, short, bañador, topless, camiseta de tirantes, bikini y chanclas; porque hace calor, es tedioso y así nos podríamos rascar mejor los picores que nos producen las esperas y el aburrimiento.

También sería interesante e incluso obligatorio, llevar rotulado en las bragas y en los calzoncillos el nombre de su propietario/a. A fin de cuentas es lo primero que vemos de ciertas personas y ahorraríamos tiempo en presentaciones inútiles. "Éste es Jonathan" ?diría un amigo a otro. "Ya lo he leído en los calzoncillos" ?respondería el recién llegado.

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