OPINIóN
Actualizado 16/03/2014
Sagrario Rollán

O de cómo tentar al hombre común y convertirlo en un descreído vanidoso, un ser mezquino pero autosatisfecho,  confundiendo la falta de fe  en sí mismo y en sus congéneres con sagacidad y prudencia, y la autoestima con una especie de elegante saber vivir. La banalidad del mal y la indiferencia del bien se filtran imperceptiblemente en nuestras vidas,  en el sentir de la sociedad y en el resentimiento de sus miembros se van instalando la desconfianza y la desidia, como daños  asumidos de una vieja casa con goteras. "Que se le va a hacer", decimos, pobres diablos acomodaticios y descontentadizos sin grandes aspiraciones, y con cierta dosis de cinismo. "Pobre diablo" decían nuestros mayores para referirse a un infeliz, alguien sin recursos morales, y quizá tampoco materiales,  incapaz de enfrentarse a la vida, pero que va sobreviviendo.  Alguien así parece ser el campo de batalla propicio para la lucha que entablan, como en una partida de ajedrez, Orugario y el Enemigo:  Orugario es un diablo aprendiz que,  a instancias de su tío,  trata de ganar para la causa (del mal, entiéndase) a un hombre corriente en vísperas de la Primera Guerra. Pero no se trata  directamente en este libro  de guerra, ni de política, ni de crímenes, sino de la vida cotidiana: las relaciones filiales, el amor de pareja, el trabajo, el ocio, la amistad, el juego, etc.

C. S. Lewis escribe "Cartas del diablo a su sobrino"  a principios  de siglo y lo dedica a su gran amigo Tolkien, ambos  británicos,  más conocidos por Las Crónicas de Narnia, y El señor de los anillos respectivamente, por haber sido obras llevadas al cine.  En las  cartas C. S. Lewis va exponiendo, con incisivo humor, su idea de la naturaleza humana, lo que el hombre ("el paciente") busca y desea, aquello que teme, lo que le inquieta. Las virtudes que el "paciente" trata ferviente y razonablemente de adoptar son desenmascaradas por el análisis epistolar del diablo que va instruyendo a su sobrino con astucia sobre las debilidades de nuestra especie, las de la carne y las de espíritu. En realidad las cartas son un negativo, en forma de aguda sátira moral,  que el autor fue componiendo por entregas como apología del cristianismo.

"Me gustan mucho más los murciélagos que los burócratas. Vivo en la Era del Dirigismo, en un mundo dominado por la Administración? . En consecuencia, y bastante lógicamente, mi símbolo del Infierno es algo así como la burocracia de un estado-policía", confiesa el autor en el prólogo. Así que el aprendiz de diablo habrá de intentar que "el paciente" se implique y se deje envolver por el sistema,  bajo pretexto de  eficiente racionalidad, de este modo se conducirá su voluntad libre a la inactividad, y poco a poco la mente inactiva se apartará de lo real y empezará a idealizar  todo tipo de cuestiones, volviéndolas intrascendentes, por ejemplo "la utilidad de las modas en el pensamiento es distraer la atención de los hombres de sus auténticos peligros". Lo ideal (y lo virtual,  diríamos hoy) ya no asusta  en cuanto es una abstracción intangible. El saber no importa, devaluarlo evitará la acción dirigida conscientemente a algo concreto o cualquier acercamiento a la lucidez crítica. Según las instrucciones  si  ("el paciente") "ha de juguetear con las ciencias, que se limite a la economía y la sociología", más importante aun es que ni siquiera lea, ni tenga verdadera curiosidad científica porque, bien embebido de "opiniones" considere que ya lo sabe todo, así se subraya la  "más sutil de las características humanas, el horror a lo obvio y su tendencia a descuidarlo"

Observaciones muy certeras acerca de actitudes frecuentes hacia los otros  nos dan que pensar, el diablo recomienda a Orugario que fomente en su "paciente" el interés benevolente por los males y las desgracias lejanas,  "Lo bueno es dirigir la malicia a sus vecinos inmediatos, a los que ve todos los días, y proyectar su benevolencia a la circunferencia remota, a gente que no conoce. Así, la malicia se hace totalmente real y la benevolencia en gran parte imaginaria"

Lograr que todo sea causa de risa también es eficaz en cuanto nos aleja de la verdadera alegría y de la esperanza en que algo se pueda cambiar. C. S. Lewis preconiza así  la crítica de la realidad ofrecida como espectáculo (reality show) que se hará a finales de siglo por los sociólogos de la escuela de Mac Luhan y N. Postmann  (Divertirse hasta morir,1986). La decadencia de nuestra cultura,  según éste ultimo, vendrá más bien del lado de lo que nos divierte que de lo que nos hace sufrir. Pasen y lean, la "nada" está servida. "Se trata de empujar al  hombre lejos de la Luz y hacia el interior de la Nada. El asesinato no es mejor que la baraja, si la baraja es suficiente para lograr este fin. De hecho, el camino más seguro hacia el Infierno es el gradual: la suave ladera, blanda bajo el pie, sin giros bruscos, sin mojones, sin señalizaciones".

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