OPINIóN
Actualizado 16/03/2014
Antonio Matilla

Ayer, o sea, pasado mañana es el día de San José, día del Semillero, vamos del Seminario, pues no en vano, al decir de los católicos, Dios Padre sembró a su Hijo en el hogar virtual de María y José. Virtual, porque perecían empleados de una empresa deslocalizada: Nazaret, Belén ?cueva y pesebre-, Egipto, de nuevo Nazaret, que en Belén seguía sin estar el horno para bollos. En fin, como estoy jubilado puedo jubilarme, esto es, alegrarme jubilosamente con la fiesta de San José cuando quiera, sin depender de la voluntad del BOCYL o de la Circular interna de los gerentes de "grandes superficies" y empresas varias, que ponen las fiestas cuando les peta.

Para alegrarme me he regalado a mí mismo un librito ya viejo -¡7 años!, 'El sacerdote, servidor de la alegría', del cardenal Walter Kasper. Servidor ha sido testigo y ?modestamente- actor del surgimiento de varias fuentes de pretendida alegría para la juventud de diversas épocas: el vértigo de la conquista de la libertad contra el franquismo; el éxtasis de las diversas revoluciones sexuales, cuyo Everest fue el Mayo de 1968; la desilusión de la democracia que se nos escurre entre los dedos de la partitocracia y la corrupción; el flipe de 'la movida' devenida en botellón; el polvoriento desinfle de las diferentes e interconectadas burbujas financiera, del ladrillo, del estado del Bienestar, que prometieron abundancia y felicidad y han resultado en recortes y en que España sea 'nomber one' de la desigualdad social en Europa.

En ese caos ordenado o cosmos caótico que son nuestro bello mundo y nuestra apasionante historia, hay amigos sacerdotes que han conservado, contagiado  e impulsado la verdadera alegría del servicio a los más pobres, el diálogo a corazón abierto con artistas, intelectuales, poetas, músicos, filósofos y científicos. Otros se han dedicado a tareas menos brillantes para el telediario y, tal vez, más para Dios y para los beneficiarios: enfermos, ancianos, niños agobiados por las extraescolares, jóvenes de grupos parroquiales, novios, matrimonios, inmigrantes, drogodependientes; han acompañado en lo bueno y en lo malo, han dado esperanza, han abierto oportunidades para los excluidos y los deprimidos. Y todo ello sin perder la paciencia, conservando el humor, riéndose en primer lugar de sí mismos y de sus propios achaques, trabajando codo a codo con los laicos; y siempre hablando de Dios y dando testimonio del Trascendente, aunque no esté de moda. Pero los curas también hemos fallado y nos hemos desanimado, y hemos sido poco trabajadores y creativos. Pecadores. La historia nos juzgará. Mientras lo hace, nos conviene crecer en santidad y dejar al Espíritu Santo que siga llamando a unos cuantos a ser curas, que diga a ser servidores de la alegría, una profesión que no es profesión y que, por tanto, no tiene paro. Un estado de vida necesario y conveniente para la sociedad, también para los no creyentes.

Antonio Matilla, sacerdote y cura.

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