OPINIóN
Actualizado 15/03/2014
Policarpo Díaz

Cada cierto tiempo hay negocios que se ponen de moda y años después son sustituidos por otros. Pongo dos ejemplos: Del mismo modo que hace tres o cuatro años en cada inmobiliaria que cerraba abrían una tienda de "compro oro", ahora, cuando éstas están cerrando, están abriendo tiendas de cigarrillos electrónicos, de esos que matan el gusanillo del fumar y en vez de expulsar humo tóxico, expulsas vapores aromáticos. Otro ejemplo: ¿No han notado ustedes que ahora hay más gimnasios que nunca y con otros formatos comerciales? Están proliferando como hongos en un buen y húmedo otoño. Por todas las esquinas, por todas las calles. En los buzones de las casa, es rara la semana en la que no te encuentras con tentativas y suculentas ofertas de un nuevo centro que se inaugura en la ciudad. Los gimnasios han decidido hacerse más públicos y notorios que nunca, de suerte que vas paseando por la calle y en un enorme escaparate ves a los jóvenes haciendo ejercicio en una máquina de correr o una serie de ejercicios de levantar pesas. El caso es que te chocas de frente con su sudor y su esfuerzo. Así de público. Así de normal. Igual que el carril bici y que las calles que circunvalan la ciudad se llenan de personas haciendo footing. Todo sea por la salud. Todo sea por mantener el cuerpo a tono. Todo sea por luchar contra ese colesterol y esas grasas que se apoderan de "michelines" y papos de manera grosera, antiestética e insalubre. En medio de la cultura de la comodidad y del placer, de repente se predica a los cuatro vientos que es bueno dejar el sofá y las cañas, enfundarte un chándal y empezar a sudar la gota gorda y cambiar la nicotina y sus humos, por agradables e inofensivos vapores. Genial. ¿Verdad?

Y todo esto me hace pensar. La Iglesia lleva miles de años hablando de otro tipo de gimnasios, también muy saludables para el cuerpo y el espíritu. El ejercicio del espíritu. Abandonar la instalada comodidad espiritual e iniciar aventuras del espíritu. Aventuras tan clásicas y tan nuevas como el ayuno, la limosna y la oración. Experiencias fascinantes y renovadoras de la persona. Nada más saludable que salir del propio querer e interés e iniciar éxodos hacia el despojamiento de tus bienes para compartirlos con aquellos desposeídos. O probar a hacer excursiones hacia el interior del propio corazón en donde nos habita Dios y escuchar con su Palabra (escrita en la Biblia o impregnada en el fondo de tu conciencia) cómo nos ama, cómo nos moviliza hacia retos nuevos en la vida. Quizá para todo esto debemos ayunar de comilonas y de horas pegados a la tele, a las redes sociales o qué se yo a qué suerte de costumbre individualizadora, para iniciar el fascinante encuentro de la comunicación con los demás, con tu familia, amigos y consigo mismo.

No piensen que de otra cosa se trata este asunto de la Cuaresma. Ni más, ni menos. Tiempo intenso, como ven.

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