Hay por ahí una nueva profesión cuyo nombre no me atrevo a escribir porque es muy raro y no quiero que nadie me acuse de torpe. Básicamente su objetivo es enseñar al personal a ser feliz mirando nuestro interior, cambiando pautas de comportamiento para tender a una mejor calidad de vida psicológica. Loable ocupación, por cierto. Hay incluso en el paseo de Canalejas un negocio que se llama "La universidad de la felicidad", así, con todas las letras, con un boato y prosopopeya en la intención propagandística que pareciera poseer el misterioso secreto de la solución a todos los males. Llama la atención y a la meditación. Eso sí (marketing por delante), esta gente no tiene pudor ninguno. El caso es que dicen que para ser feliz júntate con personas positivas, optimistas. En caso contrario date por jodido, que decía el otro.
Pues juntarse ?porque verlos actuar no es verlos es unirse a ellos- con Raúl Díaz de Dios y con Carlos Rufino de Haro es formar un cisco folklórico de padre y muy señor mío. En diez minutos te lían una bacanal musical con el acordeón, la gaita y el tamboril y se te viene encima un tsunami de música que te pone perdidito. No hay forma de salir de allí. A mí me recuerdan a esos dos tipos que arrasan en Youtube con el violonchelo tocando por AC/DC o Nirvana.
Raúl y Carlos, Carlos y Raúl son dos avisperos de talento musical que desborda cualquier horario. En el Ateneo aún estaban allí enervando al personal si no apagamos las luces. Lo mismo te hacen reír, que bailar, que llenan el momento de una inesperada ternura. Yo no sé si esta gente habrá pasado por la "Universidad de la felicidad" pero tienen toda la pinta de ser catedráticos de energía saludable y buenas vibraciones.