Por fin, después de un largo, frío y lluvioso invierno ha salido el sol. No sé de qué nos extrañamos tanto. Yo lo aprendí del maestro Sabina: "Los inviernos duran lo que tarda en llegar la primavera". Claro que los que me conocen y disfrutan de mi amistad (intento que no me sufra nadie) saben que en esos días nublados y de lluvia que se tornan tristes, y no me estoy refiriendo únicamente a los meteorológicos, siempre les animo a que pinten su sol y su arco iris particular en el día a día de su vida. Ya sé que no es fácil, hay que entrenarlo. Yo lo hago y no siempre lo consigo, debo ser sincero. Este ejercicio de descubrimiento y pintura lo aprendí mientras muchas personas duermen su vida. Desde mi ventana (título que lleva mi columna), cuando el mundo está sumido en un profundo reposo, suelo salir a soñar con las estrellas, me voy al sitio donde la noche se pierde y las soledades se enlazan. Y es allí, en esa constelación deslumbrante, posiblemente la más diminuta y silenciosa de todas, donde sin querer fijo mí mirada. Desde su silencio, si sueñas despierto sabiendo escuchar, ella te habla. Y es ella quien me enseñó a descubrir y a pintar mis días nublados con el sol y el arco iris que hoy dejo aquí. No puedo olvidarme de mis pinturas Alpino, indispensables para ello y que siempre estoy dispuesto a prestar a quienes las necesitan, trato de poner color a una vida que está llena de colores, ante tanta oscuridad devenida, no me importa que se gasten. Cada año, siempre cada año, los Reyes Magos me dejan una caja en forma de recuerdo para que no olvide la palabra y el sentimiento de compartir. Posiblemente pueda parecer un poco pueril todo esto, no me molesta, también cada día intento viajar al rincón de mi corazón en busca del niño que llevo dentro.