OPINIóN
Actualizado 10/03/2014
José Javier Muñoz
 

Poner en marcha cualquier proyecto de desarrollo o materializar una iniciativa innovadora tiene más mérito en Salamanca que en cualquier otro lugar del mundo civilizado. Tal vez a eso se deba que es la única capital que cuenta con un monumento al empresario, como comenta irónicamente un buen amigo mío, hombre de negocios de dimensión internacional que ha pasado aquí más de un mal trago.

No importa de qué clase de idea, proyecto o plan se trate. Tanto da si se propone una obra pública, un puente, un aparcamiento, una reforma arquitectónica, un gran centro comercial o un chiringuito de barrio, topará siempre con alguna forma de oposición paralizadora. Una oposición correosa en la que se mezclarán el partidismo político con la desidia administrativa, y la cazurrería aldeana de los tontos útiles que se apuntan a un bombardeo con las asociaciones, oenegés y plataformas vecinales muy progresistas, eso sí. Esta última es una condición que ellos consideran moderna aunque hace un siglo largo que quedó obsoleta. ¿Hay algo, en efecto, más ridículo que el progresismo?, escribió Unamuno en Salamanca en 1911. Y también, en carta a Ortega y Gasset: El cual de España es la impunidad de que goza la inepcia. No nos pierden los pillos, sino los tontos.

Con esta mentalidad, Salamanca no puede dar un salto adelante en el auténtico progreso, el de construir cosas nuevas y generar empleo. Aquí, la rana que más salta es la de la fachada plateresca de la Universidad y los que más croan son los tontos. Vino a decirlo el cineasta José Luis García Sánchez: "Salamanca es una ciudad estupenda para nacer? y marcharse".

Por si me lee algún opositor crónico de la variedad que denomino sexisto, le recuerdo que hablar de tontos incluye a las tontas. Hasta la Biblia, que dice tantas barbaridades, en esto acierta: El número de tontos es infinito(Eclesiastés).

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