OPINIóN
Actualizado 10/03/2014
Fernando Robustillo

Hace ya años que las mujeres comenzaron a formar sus propias comparsas, un terreno que había sido  prohibido para todos y todas en la dictadura y después abonado por el varón en los  dos primeros decenios de la democracia. Así, si estamos en el 2014, han pasado 39 años desde la muerte del caudillo, o sea, diecinueve años de destape intelectual.

Y no me refiero al destape en las aulas, que la mujer lo venía demostrando largos años atrás, sino destape de su sentido del humor. Y fue en Cádiz, cómo no, allá por 1995, cuando un grupo de estiradas se dieron por llamar "Despedida de so? horteras", librando que el humor no era patrimonio en exclusiva masculino.

Sin embargo, un amigo gaditano me decía que en esa faceta lúdica los límites los consensúa la pareja, o sea, mientras los "tíos" se desatan, las féminas son miradas con el rabillo del ojo. Así, desde aquel carnaval del 95, ya han pasado  diecinueve años, y las mujeres no han perdido cuota en los carnavales, en las despedidas de soltera o, por ejemplo, en las águedas de Salamanca.

Si somos del sentir que cada cual puede divertirse como quiera, nada tenemos que objetar de cuanto hemos dicho. Pero si el fin de la mujer es la igualdad, se debe de reconocer que no por esas chirigotas se haya avanzado mucho. Por tanto, si tenemos en cuenta los 19 años de juerga, en ese tiempo la mujer ha ganado un sueldo 19% inferior a sus congéneres masculinos y el año próximo quizá sea el 20%, el siguiente el 21, etc.

No obstante, y no se trata de ningún consuelo, con la ladina Reforma Laboral, el hombre que trabaja ha caído en la dinámica de menos sueldo, media jornada, contratos por horas, por tarea, etc. y todo sea por el bien de los grandes amos. ¿Quiere esto decir que la paridad con la mujer puede venir por ese camino? No, a la mayoría de las mujeres ya no les pueden rebajar más el sueldo, sino que irán a la calle para que saque al niño de la guardería y al anciano del asilo.

Pero esto, con seis millones de parados y una bicefalia política  que cuando no nos zurran los nuestros, lo hacen otros desde Bruselas, ya no estamos seguros de que el trueque no vuelva, o peor aún, que conseguir un trabajo estable lleve consigo el derecho de pernada.

Al llegar a este punto, algún ingenuo, discúlpeme, dirá que exagero o que soy un pesimista. Bien, pues si es así, ¿qué piensa él de un político, arropado a posteriori por su partido, que  cuando una joven desesperada fue a pedirle trabajo al Ayuntamiento éste le aconsejó: "Señorita, dé su niño en adopción o métase a puta?"?

¿Se puede ser más indigno? Encima la desdichada, que no pide nada que no esté en la Constitución, pasará a engrosar las filas de esas locas descaradas y provocadoras que creen que el Ayuntamiento está  para escuchar tonterías.

Me pregunto si con tan poca sensibilidad se puede estar en un cargo público, también si es posible que esto hubiera sucedido hace 19 años y también si vamos retrocediendo con tal virulencia que terminemos por saltar las concertinas hacia África. Hoy son preguntas, pero a la vuelta de unos años, cuando nos hayamos gastado las reservas de la Seguridad Social y ni siquiera puedan ayudarnos los abuelos, ¿qué nos esperará?

Pero como la prensa ya no da abasto con los problemas de la señora Cospedal, los de la mujer del señor González, don Francisco, los de la señora de Bárcenas, los de Cristina, los de la señora Munar o los de la mismísima Isabel Pantoja, esos problemillas de la señorita desesperada no tienen mayor duración en los medios que un par de reseñas y como un hecho anecdótico.

Y lo peor no es eso, sino que se agote la capacidad de sorpresa y se termine por decir: "¡Joder, que no hubiera nacido pobre!".

(La ilustración es obra de Vasili Polenov. El tema, la entrega de tres hijas como derecho de pernada por un padre anciano).

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