OPINIóN
Actualizado 08/03/2014
Aniano Gago

Al hacer balance cada semana para este artículo repaso lo acontecido desde el lunes y siempre me encuentro con que el mundo ha cambiado. La velocidad de crucero con que se suceden los acontecimientos hace que la semana anterior, que el artículo anterior, casi siempre se haga viejo. Eso es lo difícil en el articulista: el escribir de tal forma que el contenido tenga sentido dentro de 50 ó 100 años. Eso sólo lo consiguen los grandes porque saben pegarse a la actualidad distanciándose a la vez de ella. Como Azorín, Julio Camba, Josep Pla o Francisco Umbral. Uno no pretende tanto, entre otras cosas, porque  la información es tan sobreabundante que no hay tiempo para aspirar a la eternidad. Bastante tenemos con sobrevivir a la política cotidiana y a los gobernantes de turno como para dedicarnos a grandezas mayores.

Entro al grano de la semana que concluye. Al margen de guerras internacionales, con el nuevo cisco de Ucrania, que terminará fastidiándonos los repuntes económicos, me atrae la visita de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, a Juan Vicente Herrera, presidente de la Junta de Castilla y León. La todopoderosa Soraya, pequeña pero matona, porque su brillantez técnica y discursiva la ha engrandecido políticamente, no se llevaba muy bien con los jefes de aquí porque han venido criticado más de la cuenta  algunas decisiones del Gobierno de Rajoy, lo que había enrarecido las relaciones entre Moncloa y el Colegio de la Asunción. Tal vez, tras la Convención de Valladolid se afinaron las cuerdas de la guitarra y acordaron esta cita más por imagen que otra cosa. Porque si leemos los periódicos descubrimos que tanto tocar el tambor sólo sirvió para asuntos relacionados con el Archivo de Salamanca, tan recurrido siempre.

Eso está muy bien: vale, tendremos mejor Archivo (ya veremos), pero ¿eso fue todo? ¿Tanta historia para que al final hablen los portavoces de Soraya y Juanvi? ¡Qué desprecio a los medios! ¡Qué distancia con los humanos! Y encima para no decir nada porque nada tenían que decir. Que si se debe tratar a todos igual fiscalmente y esas cosas de Hacienda. También muy bien,  pero eso ya lo sabemos. No hacía falta tanta alforja para tan poca merienda. En definitiva: una entrevista que dio poco trigo y se limitó a cortar la cizaña entre ellos. Las elecciones europeas como bálsamo (vamos a dar imagen de unión, que toca) y el futuro no despejado del candidato a las autonómicas.

Soraya Sáenz de Santamaría tiene en la cabeza el Estado, como diría Fraga, y las autonomías, y todo, porque como estudió mucho se le desarrolló paralelamente el cerebro. Esa es la causa que Herrera y su alter ego De Santiago-Juárez dulcificaran la mirada a la vallisoletana, no sea que les envisque aún más a Montoro y Soria y les aumenten todavía más los problemas que se les acumulan. Soraya manda, decide, habla y no mete la pata. Y como cuenta con todo el respaldo de Rajoy ¿quién le va a toser? Es lo mejor del poder: que siempre hay otro encima. Menos mal a eso, que si no la soberbia no tendría límites.

Por eso este amor no fue sincero, fue un amor de conveniencia política, sin resultados concretos y tangibles para la gente. Hay otros amores más limpios que sin embargo tampoco cuajan porque siempre la realidad se impone a los deseos. Se quiere querer y no se puede querer porque quien manda son las circunstancias de Ortega y Gasset, y no el deseo o la idea. El amor de Soraya y Herrera será flor de un día. Por eso no quisieron salir en público a contar su imposible: ordenación del territorio, cierre de minas, diferencias fiscales y muchas cosas más que están ahí detrás, como la sombra que intestas mover inútilmente porque no puedes cambiar de sitio el objeto que la proyecta. Por ejemplo, las cúpulas del Duero de Soria, una sombra muy alargada en despilfarro y otros desasosiegos.

Así es la vida. Y la política. Lamentablemente.

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