OPINIóN
Actualizado 28/02/2014
María Ángeles Rodríguez

Ha comenzado el carnaval, días para  desinhibirse, días de diversión, de  disfraces, bailes y  cantes, días para disfrutar, para llenarse de alegría y prepararse para los cuarenta días austeros que nos esperan antes del estallido alegre del Domingo de Resurrección.

Hubo un tiempo en Salamanca, entre los últimos años de los 80 y los primeros de los 90, en los que promovidos por un grupo de empresarios  se celebraron los carnavales de Salamanca; durante tres días, el tramo de la avenida de Portugal comprendido entre la calle María Auxiliadora y el paseo de Torres Villarroel se convertía en un pequeño sambódromo por donde desfilaban niños y mayores, en grupos o individualmente, luciendo originales y elaborados disfraces que daban rienda suelta a la imaginación. Y los que no se atrevían a ponerse un disfraz disfrutaban descubriendo y animando a los que lo portaban.

Hubo reina y damas de honor, pregoneros más o menos famosos que con sus palabras animaban al regocijo, orquestas que animaban las jornadas festivas y animaban a bailar; a lo largo de este tiempo los salmantinos se fueron involucrando y cada año acudía más gente disfrazada con ganas de diversión, llegando a alcanzar un éxito extraordinario tanto en lo lúdico como en lo económico. Y culminaba el Miércoles de Ceniza con un simpático y divertido cortejo fúnebre cuyos participantes de riguroso luto enterraban la sardina.

Estos carnavales llenaron las calles de alegría y optimismo y las arcas de los establecimientos hosteleros multiplicaban sus ingresos extraordinariamente; por ello resulta incomprensible que cuando esta fiesta parecía consolidarse desapareciera, dejo de celebrarse. Unos culparon a las pésimas relaciones de los empresarios de la zona, otros a la apatía de la Asociación promotora del evento y algunos a la falta de apoyo del triste concejal de cultura de nuestro ayuntamiento.

Otros barrios quisieron tomar el testigo pero los resultados no acompañaron sus buenos intentos, así que perdimos la celebración de los días de calendas y volvimos a encontrarnos con la apatía que nos caracteriza.

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