Las sorprendentes imágenes de un presunto reportaje televisivo en las que una pareja de encapuchados delante de una mesa en la que yacen unas cuantas armas de la señorita pepis comparten confidencias y sonrisas con dos pardillos útiles, que portaban a su vez sin saberlo pasamontañas transparentes, han desatado la indignación de la ciudadanía y han puesto una vez más sobre la mesa, nunca mejor dicho, no el fin de la ETA sino sus fines pues nunca un plural ha tenido tanto sentido diferenciado de su singular.
Sobre esta farsa se elevan las voces de los que autoadjudicándose el pasaporte de demócratas dicen no compartir los medios de los terroristas pero sí sus fines. Con ello se sienten llenos de legitimidad, y se disponen a dar otra vuelta de tuerca en sus imparable lucha: bastará con votar, dirán. Resumen esos fines en lograr la independencia de Euskadi pero silencian lo que ello significa que es nada más y nada menos que señalar con una marca indeleble a los que no son de los suyos y trazar una línea que separe la pureza de sangre. Algunos abrazarán esas ideas aparentemente pacíficas sin reparar en que esa línea es móvil, que poco a poco les irá ahogando, que no será fácil mantenerse en el mismo lado de la raya que los guardianes de la patria cuando éstos empiecen a desplazarla y se ponga en duda su adhesión al régimen, o su misma pureza de sangre por un apellido sospechoso.
En el archiconocido archivo de la Guerra Civil que tanta tinta ha hecho correr en nuestra ciudad se guardaban papeles, no armas ni misiles, cloratita o cartuchos. Y sin embargo esos documentos no tan inocuos también podrían constituir armas de destrucción, según el uso que se hiciese de ellos. ¿Qué sentido iba a tener si no clasificarlos y guardarlos? Quizá esos presuntos demócratas que dicen compartir ufanos sólo fines con la ETA, pero no sus medios, dispongan un día sobre una mesa parecida a la usada en el reportaje de la BBC unos simples papeles con nombres de los desafectos al régimen, con direcciones de quienes deben ser invitados a salir del país, con fotografías de indeseables a los que se señale con el dedo en su pequeña localidad de residencia donde son conocidos y ya no tan queridos. Detrás, en lugar del Guernika podría estar el retrato del dictador de turno, en estilo cubista, ¿por qué no?, o un paisaje de caseríos. El siguiente paso lo irán dando muchos ciudadanos por miedo, miedo a ser el siguiente. Y cada vez más impuros de sangre demostrarán con ritos iniciáticos que están del lado bueno de la raya.
Parafraseando a Winston Churchill nunca tan pocos hicieron tanto daño a tantos. Y lo diabólico es que esos pocos se sentirán inocentes: sólo compartían los fines.