OPINIóN
Actualizado 19/02/2014
Francisco Javier Blázquez

Hace unos días, en medio de la sucesión de ciclones, nos desayunamos con la noticia de que una estatua de la espadaña de la Plaza Mayor había perdido un brazo, que quedó pulverizado tras caer al suelo. Afortunadamente no hubo más daños, salvo que la alegoría quedó mancada. No hay que buscar culpables ni sacar las cosas de quicio ante el abandono de la Plaza o el peligro potencial para transeúntes. Son cosas que pueden suceder, suceden de vez en cuando y seguirán sucediendo. Y hemos de aceptarlo, aunque no con resignación. Ante hechos como el indicado conviene abrir un proceso de reflexión serena para intentar analizar las causas y procurar los remedios antes de que vuelva ocurrir.

Velar por el patrimonio artístico (y la seguridad de las personas, faltaría más) requiere una mayor vigilancia, sobre todo cuando están por medio los símbolos emblemáticos de una ciudad como Salamanca, declarada Patrimonio de la Humanidad. Por consiguiente no estaría nada mal intensificar las inspecciones en los lugares más vulnerables, por ejemplo la espadaña del Ayuntamiento, la zona del monumento con mayor exposición a los agentes erosivos. Y lo mismo debería hacerse con el resto de edificios histórico-artísticos. En la estatua mencionada el brazo estaba mal, es evidente, y por eso se desprendió al intensificarse el viento y la humedad. Una inspección, a tiempo y en condiciones, habría servido para anticiparse y esa es la lección que debemos aprender. Tenemos que  vigilar mucho más nuestro patrimonio monumental, que parece que los edificios se nos caen a trozos. Recordemos los desprendimientos de la Casa de las Conchas o la catedral, por mencionar los más recientes.

Y en el caso de la Plaza Mayor conviene realizar, por enésima vez, un examen de conciencia sobre el uso que se le da. La Plaza ha de estar viva, porque es el centro de la ciudad en todos los sentidos y para eso se construyó. Es bueno que haya actividad, pero evitando los excesos. No pueden colocarse carpas y escenarios mastodónticos cada dos por tres, porque una ciudad turística tiene que exhibir sus tesoros artísticos sin parapetos ni restricciones, salvo las estrictamente imprescindibles. Y hay que evitar, y esto sí que es serio, el exceso de vibraciones. La Plaza no está preparada para soportar un nivel de decibelios elevado. Los conciertos tendrían que estar proscritos. Salgo alguna actuación que utilice equipos poco potentes (grupos folclóricos, banda municipal?), no debería permitirse ninguna otra. No es demagogia, porque las vibraciones se notan en columnas y cristales. Además, algunos vecinos y trabajadores del ágora han certificado el desprendimiento de pequeños fragmentos de piedra en el transcurso de los conciertos.

Hoy en día, afortunadamente, disponemos de lugares y espacios, privados y municipales, en los que estos eventos pueden desarrollarse en iguales o mejores condiciones que en la Plaza Mayor. Para eso se construyeron y por eso hay que utilizarlos, ayudando de esta forma a una mejor conservación de nuestro patrimonio más representativo.

 

 

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