OPINIóN
Actualizado 18/02/2014
José Luis Sánchez

Llegó el momento. Un público expectante, una puesta en escena cuidada y bien elegida. Traje, corbata, gafas, bien peinado y sonrisa puesta; todo listo para comenzar el espectáculo del charlatán.

Sale confiado pero sin arrogancia. Es consciente de moverse en su terreno y está convencido de saber manejar al espectador, como lleva haciendo durante tantos años. Pero hoy es distinto, algo va mal y lo presiente. Los tiempos se han vuelto complicados para el oficio de charlatán. Las nuevas tecnologías y la crisis han dificultado este trabajo y su fórmula magistral, que soluciona todo y no cuesta casi nada, cada vez es más difícil de vender. Comienza la palabrería y el espectáculo. A su alrededor, camuflados entre la gente, unos y otros en primera fila, amigos y socios le acompañan, dispuestos a lanzar un grito que certifique las propiedades milagrosas del jarabe que todo lo cura, y así animar la venta de la mercancía.

Hoy el ambiente es tenso, demasiado silencioso. Hace poco la gente comentaba en el pueblo que no muy lejos de allí, un ilusionista tuvo que salir corriendo tras ser descubierto el embuste por aquellos paisanos. Nuestro animoso vendedor también lo ha oído, conoce a quien le pasó la desventura, y no quiere que le ocurra lo mismo; por eso lleva días sondeando el terreno; anunciando su producto por allí, comentándoselo al del bar, a la pareja que vive con sus hijos en la esquina o a la viuda que espera en el médico. Quiere asegurarse la venta y no está dispuesto a fracasar.

Continúa con su  perorata pero algo falla, no ha sido capaz de ilusionar como en otras ventas y sabe que esta vez el público es reacio, su producto no convence. Espera la primera oferta que no llega, está nervioso, comienzan las preguntas incómodas y sus respuestas cada vez son más vagas y evasivas. Retrocede, da un paso atrás  y finalmente, tras largas horas de cháchara y sin más trucos que usar, acaba el espectáculo. Nuestro buen charlatán esta vez no ha conseguido vender sus bondades y en un descuido, al acabar, pierde la compostura y sus modales.

Los que le conocen saben que volverá, que es incansable y que su negocio depende de ello. Mientras, ofrecerá otras cosas, igual algún juego nuevo o algún arreglo con el que entretener a otros oyentes. Quién sabe, igual cuando vuelva ha cambiado de producto, igual trae nuevas y mejores soluciones.

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