OPINIóN
Actualizado 10/02/2014
Joaquín Merchán Bermejo

El jueves pasado morían catorce inmigrantes subsaharianos en su intento de entrada en Ceuta. Todos los cuerpos sin vida fueron localizados en las inmediaciones del último espigón fronterizo que,  tras medio centenar escaso de "tierra de nadie", marca el inicio del territorio español.  Un país democrático no puede permitir muertes en sus fronteras y está obligado a esclarecer si estas muertes pudieron ser evitadas. El Ministro del Interior ha pedido comparecer en el Congreso para dar explicaciones y la Defensora del Pueblo ha abierto una investigación de oficio para aclarar la actuación policial. Es de esperar que la Fiscalía intervenga  y que el Delegado del Gobierno en Ceuta sea el primero en dimitir  por cambiar y modificar su versión inicial a medida que iban apareciendo pruebas gráficas de lo que había sucedido.

La inmigración es pobreza y  es un problema estructural no  resuelto por la Unión Europea. Las legislaciones contra la inmigración,  además de ver al inmigrante como el enemigo que hay que combatir, tratan de desalojar a los que ya están y de impedir a los demás la entrada, en lo que es un síntoma de la más absoluta falta de respeto de los Gobiernos a los derechos humanos.

España sabe mucho de movimientos migratorios.  Durante muchos años necesitamos del mundo entero para acoger a nuestros pobres y exiliados, éramos la España que emigraba. Y como los movimientos migratorios son fenómenos periódicos, durante unos años hemos sido país de acogida para todos esos inmigrantes que venían ligeros de equipaje pero cargados de valentía y esperanza. La misma valentía y esperanza que ahora llevan en sus maletas de ruedas, sustituidas por las de madera,  nuestros hijos repartidos por todo el mundo y que son los emigrantes españoles del siglo XXI.

Parece que ha pasado un siglo por mi país  y tan sólo han pasado diez años, desde que un 29 de julio de 2004, me recibiera en su despacho en visita institucional y protocolaria  un recién llegado Ministro de Trabajo,  Jesús Caldera  y su Secretario de Empleo, Valeriano Gómez. Aquel día y a medida que iba transcurriendo nuestro encuentro de hora y media (uno imaginaba que serían diez minutos) me descubrió los ejes de lo que iban a ser las prioridades de su Ministerio y por tanto del Gobierno: Regularización de extranjeros ilegales como prioridad absoluta (cerca de un millón en aquellos momentos, que eran necesarios para el progreso de nuestra economía), Ley de Igualdad, Ley de Dependencia, en suma, poner el acento en las políticas sociales, que luego   trajeron la quiebra económica de nuestro país, "eso nos dicen", mientras los verdaderos culpables del expolio masivo y de la lamentable y penosa situación económica y social que sufrimos siguen en la calle.

Termino con algunas líneas  del discurso pronunciado por Mary Robinson, primera mujer que recibió el Premio Príncipe de Asturias 2006 de Ciencias Sociales, lo hago cada vez que hablo en público  o escribo sobre el drama humano de la inmigración. "En España os habéis enfrentado a la dura realidad de ver cómo las personas pueden arriesgar su vida en alta mar para llegar a vuestras costas?No podemos defraudar a estas personas. Nos encontramos con la cara humana de la globalización en nuestra vida diaria. Reconocer nuestra humanidad común en los rostros de los inmigrantes nos debe inspirar para reafirmar nuestra dignidad común? En su último libro,  Ian Gibson, celebra la trayectoria vital de uno de los grandes poetas españoles, Antonio Machado, cuya vida terminó poco después de dejar su casa y cruzar los Pirineos hacia el exilio. A medida que nos enfrentamos al reto de la inmigración, deberíamos recordar que nosotros mismos, como aquellos que llegan a nuestras costas ligeros de equipaje, somos todos hijos de la mar".

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