Publiqué este artículo en el Diario de Mallorca el 7 de junio de 1985.
Lo reproduzco íntegramente:
Entre la firmeza de criterios y el fanatismo hay una frontera delgada, pero tanto los convencidos reflexivamente como los fanáticos constituyen una minoría. El hombre medio ?la mayoría, en términos sociales? es voluble y está sometido a todas las influencias.
Solomon Asch ?estudioso de la conducta? realizó con un grupo de estudiantes adultos una serie de pruebas que consistían en lo siguiente: dibujaba en una pizarra tres líneas de distinta medida. Cada uno de los miembros del grupo, por riguroso turno, tenía que decir en voz alta ante los demás cual de las tres líneas igualaba en longitud a otra que se había indicado como modelo. En todas las ocasiones se dejaba que emitiese su opinión en último lugar el individuo a que se sometía a prueba, mientas que los demás, en compañía del experimentador, señalaban adrede una línea que ostensiblemente no poseía la misma longitud de la línea modelo. Asch descubrió que una proporción sorprendentemente alta de los individuos puestos a prueba tomaban partido con la mayoría, haciendo caso omiso de la evidencia que les proporcionaba sus sentidos y mostrando tendencia al conformismo de grupo.
Ponían así de manifiesto lo que se denomina "conformismo expediente" o exterior: el individuo se muestra exteriormente de acuerdo con el grupo mientras en su fuero interno está en desacuerdo.
A mi modo de ver, vivimos en un momento en que es muy agudo el riesgo de padecer conformismo expediente, porque este tipo de conducta alcanza su máxima altura cuando están claramente definidos los castigos a los desviados. Es obvio que hoy la independencia de criterios es socialmente poco rentable. Más aún, en determinados estamentos está "penalizada". El castigo se manifiesta en forma de descalificaciones profesionales o políticas, retirada de cargos y responsabilidades o, sencillamente, con la adjudicación de burdas etiquetas a quienes se resisten al gregarismo.
Una sociedad es libre cuando, a despecho de tales consecuencias, sus miembros optan por actuar de acuerdo con sus convicciones. Y la convicción auténtica ?a diferencia del fanatismo? es fruto e una correcta información y de su análisis reflexivo. No entenderlo así significa que se confunde el espíritu democrático con el borreguismo.
Conviene tenerlo en cuenta a la hora de optar por cualquiera de las ofertas ideológicas, políticas o culturales que continuamente se nos plantean. Fijémonos bien en la pizarra y escojamos nuestra línea sin importarnos que alrededor sean pocos o muchos los que se inclinan por otra medida.