OPINIóN
Actualizado 08/02/2014
Andrés Alén

Una parte de la Exposición más amplia de Dionisio González  en el Da2,  En algún lugar, ninguna parte, ineludible, a la que necesariamente he de volver en mis texturas, lleva este título: las horas claras; un paseo por una Venecia recreada en panorámicas cajas de luz, luminosas y abiertas a una contemplación plácida y a una meditación serena. Estas cajas de luz formaron parte de de la Bienal de Venecia de 2011.

Dionisio González  se sitúa entre un arquitecto de la imagen y un imaginero de arquitecturas, una especie de diseñador urbanístico de precisión exquisita, que resuelve en fotografía todo un trabajo previo de ensayo y diseño, siempre con originalidad y pulcritud técnica admirable.

El tema de estas obras es Venecia, la real y la virtual, la que es, la que podría haber sido,  y hasta la que no pone trabas para poderla imaginar más allá de su quietud.

Bauer

Bauer 

"Nada se parece a Venecia porque esta ciudad, por situación y convicción, es un imposible". Una ciudad que recibe millones de visitantes, turistas, monocultivo que la va sumiendo en una afuncionalidad como ciudad, más allá del lucrativo negocio de divisas. Decía uno de sus alcaldes, Massimo Cacciari:" no es que la ciudad vaya a desparecer bajo las aguas, sino que va a desaparecer bajo las aguas del turismo".

Dionisio recrea los proyectos que algunos de los más consagrados arquitectos del siglo XX idearon para la ciudad y que nunca llegaron a realizarse. Frank Lloyd Wright, Le Corbusier, Louis Khan y Aldo Rossi, Ignazio Gardella, y los ubica en los lugares para donde fueron pensados. Parece como si alguien hubiera decidido cerrar la ciudad a todo futuro que no pasara por forzar una visión romántica del pasado, hacer extemporánea la ciudad aún a costa de hacer languidecer la su vida normal, su ecología. La ciudad día a día  pierde  a sus ciudadanos, con el peligro de convertirse en una tramoya que sujeta artificialmente el decorado de un mero espectáculo. Es curioso que en otra ciudad imposible como  Las Vegas, más de cuarenta visitas al año, no en medio de una laguna si no en un desierto, se recreara una falsa Venecia, con intencionalidad turística de casino y juego, en una imitación carísima de dudoso gusto, y ahora se me antoja pensar que es la auténtica la que parece imitar a ese pastiche.

Debo reconocer que yo no tengo las horas tan claras en estos asuntos. Que entre conservar las piedras o conservar la vida soy más propenso a conservar esta última, pero he visto pros y contras suficientes como para que me asombre la autoridad con que se invisten ciertos gurús salvadores de todas las piedras y la firmeza dogmática con que resuelven  cuestiones tan delicadas y dificultosas. Sí estoy convencido que condenar a una ciudad  a la copia de arquitecturas pretéritas, al fachadismo ( De fachada, pero también de facha) imitativo y falto de función, a no vivir el tiempo que le toca, es condenarla a la falsedad, y que estas normas escritas o no escritas suelen hacerse, cómo si no de otro modo, desdeun fundamentalismo, que no espera más razón ni probatura que lo planificado en  un plan que ellos mismos planifican.

Vistas las cosas, que Venecia se muere y que el parque temático en que la van convirtiendo, de momento,  prospera, que hay cajas de luz emocionantes en el Da2 que ensueñan la ciudad de otra manera aún siendo fieles a su mágica leyenda y a su prodigiosa ecología, que muchos de estos suponen la calidad y la belleza por encima de la mimética y decadente repetición. Que un hospital como el proyectado por Le Corbusier no debe hoy tener artesonados de madera, ni monjas con tocas volanderas en los pasillos, ni ojivas en sus ventanas. Que una ciudad no debe renegar de ser contemporánea de su propia vida.

A veces no puedo entender por qué una ciudad desdeña un bello edificio deWright.

Masieri Memorial. Bocetos preliminares de la fachada (1953). Frank Lloyd Wright,
arquitecto. Dibujos de Frank Lloyd

Ni otra ciudad que desestima una biblioteca de Álvaro Siza

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