OPINIóN
Actualizado 04/02/2014
Fernando Segovia

Quedan claras mis fronteras. Mi cuerpo, mis sentidos, las sensaciones que devoro y que sufro, mis afectos, mis sueños, el mundo que conozco, en fin todo eso que me configura. Todo eso que bien deseo preservar y no perder con mi instinto de supervivencia animal. El patrimonio entero de mi única existencia como ser vivo (y ser vivo consciente de sus actos claro). Ahora, dentro de ese patrimonio que creo poseer también hay límites algo confusos por el lado de los afectos y los sueños. Lo que defino como mi mundo tiene también algo (o bastante) de mundo compartido con los otros. No sabría bien qué sería de uno mismo sin los demás, sin la influencia del mundo que nos rodea y en cierta medida, configura. La familia, los amigos, los conocidos. Así que eso que llamaría mundo propio o "yo mismo" quizás  pueda no estar tan claro.

Sí sé dónde comienzan los otros. Pero los otros lejanos. La gente. Los ciudadanos, los vecinos, los compatriotas, los extranjeros. Todos los que alguna vez viese u oyese o los que nunca haya conocido ni conoceré. Todos lo otros. Los que pueda suponer afines y los que se proclamen mis enemigos. Aquellos para los que yo soy otro.

Y cada vez siento más ajeno todo lo cercano. Debe ser el sino de estos nuevos malos tiempos. Me atrinchero sin remedio en el yo. Para que mis límites se marquen más definidos en acto de feroz resistencia. De levantar murallas más altas para defenderme de los otros. Malos tiempos para vivir y pensar son estos. Tiempos duros y de desconfianza. De lobos sueltos, peligrosos lobos sueltos en esta nueva noche de la historia. Tal vez hombres sin entrañas, casi lobos ciertamente. Son los otros. Más los otros. Los que no reconozco ya en su actuar. Y muchos otros a quienes ni siquiera conozco. Estos que no ponen bombas ni matan con armas convencionales pero tienen todo el poder en su mano para robarte ilusiones, dinero, tiempo, salud y pensamiento. Y casi toda la esperanza acumulada en años. Y también te destruyen lentamente en una suerte de guerra sucia y sorda. Encima que debes aguantarles la visión de sus medias sonrisas burlonas cuando te dan absurdas explicaciones o directamente te engañan (en tu idioma o en el suyo propio).

Anoche veía (es lo malo de la memoria visual que tanto hiere y nos acerca la tv) a un despiadado Himmler (un lobo más, quizá el más lobo de todos) orquestando con frialdad masacres terribles de otros seres en aquella larga noche negra de nuestra reciente historia. De millones de otros que también eran yo.

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