La marcha con destino a Madrid del Tren de la Libertad para protestar contra la reforma de la Ley del Aborto que prepara el Gobierno enganchó vagones de 13 comunidades autónomas y 25 provincias de toda España. De Salamanca no partió ninguno. De mi ciudad, de Salamanca, escribiré unas líneas más abajo. Ahora me asomo a la ventana de esta columna para mostrar mi apoyo y compromiso con ese tren, en él viajaban todas las mujeres y su derecho a decidir libremente sobre su embarazo y sobre su persona, derecho adquirido tras una "gran lucha" y que es un derecho fundamental de la dignidad humana. Leo a Antonio Gala en su libro El Don de la Palabra "La mujer no es distinta del hombre, quien la agrede lo agrede, si se conculcan los derechos de ellas (también los sexuales), por los gobiernos o por los individuos, se conculcan los derechos de toda la humanidad". Estoy completamente seguro de que esta batalla no la van a perder. Una de ellas es más inteligente que toda esa junta de hombres que ha elaborado el anteproyecto de Ley Orgánica para la protección de la vida del concebido y los derechos de la mujer embarazada (escribo el nombre completo del anteproyecto y me asalta una pregunta que me irrita: ¿Quiénes son ellos?).
En cuanto a mi ciudad, invadida de un fatídico abatimiento y hastío, apenas parten trenes de ella. Es más, estamos acostumbrados de forma inveterada a perderlos. En todo caso, los lunes de cada semana, a las 6:50 de la madrugada, al alba, parte un tren para Madrid, que lo llamo desde hace diez años el "tren de la vergüenza" (la que siento cuando subo y viajo en él). Ocho vagones repletos de jóvenes en busca de lo que aquí no hemos tenido el coraje y el compromiso de ofrecerles. Eso sí, en mi ciudad nunca pasa nada, las mañanas son las mañanas eternamente repetidas, que no buscan horizontes nuevos, paisajes nuevos, son las mañanas que relataba en 1959 Camilo José Cela en su obra cumbre La Colmena.