OPINIóN
Actualizado 30/01/2014
Marta Ferreira

Un tesoro ha caído en mis manos y me tiene entusiasmada: "Justicia y literatura", de Jacques Vergès. Hacía ya mucho tiempo que un libro no me cautivaba tanto como éste, y no es sólo cuestión de las apasionantes historias que cuenta y de la exquisita calidad de su narración sino de quién las escribe.

Vergès, conocido como "el abogado del diablo", repasa algunos de los que en su opinión constituyen los grandes procesos de la historia, analizándolos desde el punto de vista jurídico, el suyo, y desde una perspectiva literaria, la de grandes escritores como Dostoiesvski, Baudelaire, Balzac o Stendhal, entre otros. Consigue, en cada uno de los procesos que narra, sumergirte en la época, en los personajes, en las figuras que desea analizar, y te proporciona como lector una privilegiada posición, invitándote a analizar cada caso desde una doble perspectiva: la jurídica y la literaria. Complicado parece lograrlo y sin embargo, según vas avanzando en su lectura, comprendes, como sostiene su autor, que existe un parentesco formal entre la obra judicial y la literaria, y lo muestra al analizar procesos varios.

Tras leer y meditar lo que sostiene Jacques Vergès sobre lo que es la profesión de abogado y sobre qué es, en su opinión, la justicia (o lo que deberían ser) me encuentro cercana a sus tesis en muchos aspectos. ¿Cuántas veces nos llevamos las manos a la cabeza y exclamamos que la realidad supera a la ficción ante un suceso? Seguro que son más de las que recordamos y que seguirá sucediéndonos porque el ser humano, y sus circunstancias, son imprevisibles y concluyen en tragedia con más frecuencia de lo que nos gustaría, y el cine, la literatura, el teatro?sucumben a sus dramas endulzándolos o dándoles finales posibles en la ficción pero improbables en la realidad, donde el derecho de la época impone sus reglas y marca esa distancia insalvable entre realidad y novela.

Y ahí, en esa diferencia que existe entre lo real y lo ficticio, estriba la diferente posición del  escritor, el dramaturgo o el cineasta y el juez, el fiscal o el abogado. Todos trabajan sobre lo mismo: la vida, más concretamente sobre sus dramas y sus miserias. Y resulta llamativo, y digno de análisis diría yo, que sobre los primeros exista en el común de los mortales admiración y curiosidad, y apenas se pare uno a pensar en los segundos, ¿no creen? Pues al final los artistas son, en ocasiones, genios que trasladan con genuino arte al papel o al escenario lo que los juristas viven y sufren en propia persona porque son parte, imprescindible y definitoria, de cada una de las historias.

Para Vergès -lo expresa con rotundidad- "el abogado debería ser capaz de comprender a todos los seres humanos, estando siempre en movimiento, siendo lobo de las estepas y zorro del desierto". Considera al abogado un privilegiado, como persona que tiene a su alcance ser parte del drama y pieza fundamental en el destino de su cliente. Y estoy totalmente de acuerdo con él: es una profesión privilegiada por la posibilidad que ofrece de conocer al ser humano en sus horas más amargas, en sus momentos más vulnerables y hasta de ser en ocasiones confidente, a ratos psicólogo?según las necesidades de quien te requiera. Como todo privilegio, encierra una gran responsabilidad, la de dar cobertura a las necesidades de un ser humano que hiciera lo que hiciera tiene derecho a la mejor defensa posible, porque, y aquí está el meollo del asunto, el abogado jamás ha de juzgar a quien defiende (que para ello ya están los jueces) sino prestarle sus conocimientos técnicos (fundamentales) y a sí mismo (esencial también).

Puede o no discreparse de esta visión humanista del abogado, pero yo estoy con ella: si ofreces algo más de ti misma que tus conocimientos técnicos, el que se siente frente a ti percibirá que no quieres juzgarlo sino ayudarle, porque en cada caso, cuando asumes la defensa, el destino de un hombre está, en parte, en tus manos.

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